viernes, 29 de julio de 2016

Sanguijuela I: Purgando Pecados

El tiempo, no puedo volverlo atrás,
no estoy viviendo en el pasado.
Aire, no es mi primer aliento,
¿Por qué nadie me dice que estoy loco?

Pain-Monster

Por fortuna estoy muerto y ya no puedo sentir arcadas en el estómago, ni vomitar con sensación de chile habanero en los intestinos, pues de algunos años para acá, todo lo relacionado a No-Muertos gira en torno a un romance rancio entre gays autocensurados de ambos sexos o novelas con ese tinte y peor redacción, dirigida a un público de clase media alta que siente devorar un libro inmenso plagado de creatividad cuando no es más que diseño editorial, psicología y publicidad qué podría calificarse sin reparo como fraudulenta.

Por experiencia propia, puedo asegurar que lo más cercano a lo que en realidad existe, son los libros RPG de Rein-Hagen con un poco de la versión presentada en la serie televisiva Supernatural… aunque Rice y Stoker también “tienen lo suyo”. Como tampoco es la intención hacer una crítica sobre literatura vampírica que de antemano concluyo resultara estéril y bastante cuestionable, me daré a la tarea de relatar una historia sobre muertos sin reposo y lo que llegamos a No-Vivir, perseguidos en nuestra frágil eternidad y a la vez, luchando por la supervivencia, hambrientos, más bien famélicos y con el peso de saber que a cada noche cobramos una vida. Rein-Hagen, Iron Maiden y El Barón Rojo dijeron una verdad: somos Hijos de Caín, Hijos de los Malditos, una verdad entre miles de mentiras.

Esa historia ya se ha contado y no tiene ningún caso transcribirla o aclarar errores; sé que esto puede llegar a parecer una mala copia de Interview With The Vampire, sólo les platicaré un poco de como me ha tocado No-Vivirlo a mí, León Montero. No es que me enorgullezca de todo lo que hice antes de 1926 pero tampoco me arrepiento de ello. Me tocó vivir -no en forma directa- la resaca de la Revolución Mexicana de 1910, mi familia fue de aquellas beneficiadas con el triunfo del pueblo y yo, un joven neo-burgués con intención de sobresalir en la política nacional para llevar a cada quien lo que le correspondía, es obvio que esto “de dientes para afuera” pues mientras estudiaba en la universidad o en costosas clases privadas, la gente moría de hambre en el campo o se rebelaba contra todo, inspirados por el estandarte de Villa o Zapata, instigados por aquel gobierno “Revolucionario” qué sólo preparaba el terreno para los beneficios venideros.

Yo fui uno de esos.

.·.

Aún recuerdo que apenas con doce años -en ese tiempo ya se era considerado un hombre- acompañé a mí padre Juan José Montero Rivas a comprar algunas cosas a la ciudad y a conocer la antigua Catedral Metropolitana, así como empeñar algunas piezas de joyería en El Nacional Monte de Piedad para cubrir algunos gastos. A pesar de nuestra forma de vida que podría considerarse corrupta y depravada -pues mi padre no fue un santo en lo absoluto- éramos gente bastante devota a la Iglesia Católica y con una fe inamovible. Tal como lo teníamos programado, llegamos a escuchar la misa a las 7:00 a.m. y salimos de allí una hora y media después para tomar un carruaje que nos condujera a la estación del tren para regresar a casa y llegar a Tlaxcala por la tarde, antes del anochecer; fue un día fresco, para ser exacto, 9 de Febrero de 1913. Aun conviviendo a diario con la bélica actitud revolucionaria de los campesinos, estando familiarizado con las armas de fuego y el filo de los machetes -con alguna que otra escaramuza que por lo regular resultaba letal para alguno de los involucrados- nos llamó la atención ver un organizado despliegue de las precarias fuerzas armadas, colocándose en puntos específicos y gritando ordenes hacia todos lados que eran obedecidas por otros tantos “gendarmes” y al igual que nosotros, otros más se quedaron viendo algo que se consideraba sobresaliente. Entonces, todo inició:

Las puertas y rejas de la catedral se cerraron y los militares comenzaron a disparar en contra de todo lo que se moviera; mi padre y yo sólo nos percatamos de lo que en verdad ocurría al ver desplomarse a una joven mujer frente a nosotros con la cabeza reventada. Mi padre me tomó de la mano para jalarme e iniciar una loca carrera buscando salvar nuestras vidas, logrando evadir el tiroteo al entrar en la calle de Plateros, pero a pesar de eso, no paramos de correr hasta llegar a San Juan de Letrán con las piernas adoloridas y el pecho a punto de reventar. Una vez asegurados de estar completos, caminamos por la Alameda Central hasta llegar a una fuente cerca de donde se situó El Teatro Nacional, allí pudimos lavarnos un poco de la sangre que había salpicado de aquella mujer, de la cual ni siquiera vi el rostro, pero que fragmentos de su cerebro estaban esparcidos por mi ropa incluso en pedazos grandes, así como sangre de algunos heridos o muertos que tampoco miré en la huida.

Quise llorar pero como lo dije antes, ya era un hombre y “Los Hombres No Lloran”,  menos aún frente a su padre. Regresamos a casa casi al anochecer; por ese entonces nunca hubiera imaginado que ese día sería recordado en la historia como el inicio de la llamada Decena Trágica; esa fecha tampoco fue olvidada por los tres niños que mandé levantar de sus camas y obligué a ser el desahogo del terror vivido, disimulado en un fuete para caballo y castigos inventados por cosas que no hicieron, secando sus heridas y las ampollas de mis manos con Mezcal. Esos niños eran más pequeños que yo por varios años; puedo jurar que casi eran lactantes, pero aquella sensación de poder vivida al momento de someterlos, se volvió en mí una especie de adicción casi incontenible. Para evitar mayores problemas o el que sus padres o hermanos intentasen alguna especie de venganza en mi contra o de mi familia, los amenazaba con despedir a sus padres, dejarlos sin techo o aumentar los intereses de aquellos que estaban endeudados con mi padre ¡Bendita Tienda de Raya! Tenía la ventaja de que La Revolución no había sido tan influyente en esa zona, logrando con el transcurso de los años, convertirme en el tirano absoluto de la hacienda.

Cuando cumplí catorce años, mi padre se empeñó en que continuara con los estudios de política, leyes y administración enviándome a la Universidad Nacional de México, asegurando mi ingreso para estudiar Leyes, situación volátil en el territorio nacional. No me mostré del todo convencido para ir pues eso representaba abandonar mi “pequeño reino” y someterme a las leyes de la ciudad.

Para ese entonces había aprendido a hablar francés e italiano y como pueden imaginar, uno de mis autores predilectos era el Marqués de Sade, del cual ignoraba con cinismo cualquier mensaje real en sus escritos, sólo concentrándome al dominio de mis semejantes más débiles. Por ese entonces ya era un pequeño monstruo, podría ser más descriptivo en cuanto a mis actividades y experimentos con el dolor ajeno sin dejar heridas visibles pero eso, lo dejo a la imaginación; sólo diré que algunos de esos niños no crecieron a plenitud, ni fueron felices ¿Qué tan cruel puede llegar a ser un niño con poder adquisitivo en pleno desarrollo hormonal?

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Comenzó a estabilizarse la economía del país; nuestro rancho obtuvo un amplio crecimiento tanto en venta de productos ganaderos como en extensión de territorio. Regresé seis años después con algunos ahorros de la pensión otorgada por mí familia, con una gran cantidad de contactos dentro del nuevo sistema gracias al haber estudiado juntó a hijos de políticos que buscaban una “Nueva Opción Democrática” y terminar con las oleadas de violencia que se gestaban en todo el territorio nacional; sin dudarlo, comencé a familiarizarme con éstos círculos ansiosos de simpatizantes y para los cuales un abogado titulado y de familia adinerada, era un excelente recluta.

El periodo que viví en la ciudad siendo un estudiante universitario tuvo sus momentos gratos pues cuando no había tanta presión académica, visitaba los burdeles clandestinos de la ciudad y por algunas monedas extra, podía satisfacer mis “necesidades”.

Una de las anécdotas que recuerdo con cierta -recapacitando, concluyo que en verdad es nula- nostalgia, es haber conocido a María Guadalupe -nunca le pregunté sus apellidos- ella fue mí puta favorita, cuando la comencé a frecuentar, ella ya tenía una amplia trayectoria recorrida, digna de considerar en los prostíbulos de la ciudad y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por un poco de dinero extra. Lupe -como la llamábamos- era una mujer bajita y morena que había escapado de su pueblo natal en algún lugar de Jalisco, pues había sido comprometida en matrimonio por su padre a un anciano decrepito a cambio de liquidar las deudas familiares con él. Ella tenía ideas demasiado avanzadas y libertarias para la época en la que vivíamos, pues soñaba con encontrar en la ciudad una manera de estudiar para convertirse en escritora y poeta, para de ésta forma obtener tarde o temprano una independencia absoluta de los hombres; siendo mujer y de esa edad, en esa época era extraño en extremo que supiera leer y escribir; alguna vez llegué a leer alguno de sus manuscritos y para ser sincero, tenía una caligrafía hermosa, ella hubiera sido la nueva Sor Juana. Me platicaba todo esto cuando terminaba su trabajo y sí lograba articular alguna palabra; era toda una profesional pues no guardaba ningún resentimiento hacia mí por el daño ocasionado y yo, lo retribuía con un poco de dinero extra al liquidar lo acordado. No la culpo, a Lupe le gustaban las mujeres y se acostaba con hombres sólo por dinero. Muchas de las mujeres que trabajaban en los burdeles eran lesbianas y se mantenían ocultas entre las sombras del burdel sin temor a expresar su amor entre ellas.

La última noche que estuve con Lupe, lucía hermosa: una larga trenza negra bien amarrada y decorada por listones rojos, bajaba sobre su espalda enmarcada por un provocativo escote que dejaba ver la suavidad de su espalda morena surcada por los azotes a los que fue sometida en la niñez, pero que en ningún momento mitigaban sólo un poco la sensualidad precoz y madurada con abrupta manera en su bajita persona. Hubiera sido capaz de reconocer esa espalda en cualquier lugar. Platicaba con otras prostitutas a un costado de la barra de aquélla cantina clandestina y me acerqué con discreción para tomarla por la cintura. Como sí ella también reconociera mi tacto, correspondió sujetándome ambas manos con las suyas y subiéndolas despacio hasta sus senos, que no eran voluptuosos, tampoco pequeños, más bien, de tamaño perfecto. Volvió el rostro con una sonrisa y dijo:

-Te estaba esperando-

-¿Lo dices por compromiso o es verdad?- respondí en un susurro a su oído mientras comenzaba a besarle el cuello.

-Lo digo de verdad, sabes que eres mi cliente favorito- su voz era dulce y melódica -Tengo un regalo para ti-

-¿En verdad?- pregunté extrañado -¿A qué se debe el gesto?-

-Te lo platicaré en privado- hizo una seña al cantinero, éste sonrió y sacó una botella de abajo de la barra, la puso frente a nosotros -Hoy tengo un gran motivo para festejar-

Con extrañeza miré la botella y debo decir también, que la vi con temor.

-¿Compraste una botella de Absenta?-

-Si, es el elixir de los poetas y quiero beberla contigo-

-¿Y por qué conmigo?-

-Por qué, aparte de ser mí mejor cliente, eres mi amigo. Créeme que sí en verdad disfrutara compartir la intimidad con hombres, no te cobraría un sólo centavo-

Tomó la botella en una mano y dos vasos con medida de una onza al fondo; el cantinero sacó dos cucharas perforadas, una tetera y un saquillo con terrones de azúcar de caña, los cuales tomé para subir a una habitación, no sin antes pagar la cuota respectiva.

-¿No prefieres un buen Tequila?- pregunté mientras subíamos por la vieja escalera de madera carcomida por las polillas dentro de aquella casona vieja en el centro de la ciudad.

Entramos a una de las habitaciones apenas iluminada por un quinqué de petróleo -la que por lo regular se nos asignaba y en donde tenía guardadas “mis herramientas”- La mortecina luz daba un aspecto discreto a la rustica decoración y a mí bien querida Lupe, quien ante la iluminación intermitente resaltaba sus hermosos ojos aún más y su pequeña figura esbelta, parecía enorme y majestuosa. Sobra describir la impresión que me causó verla despojarse de sus ropas con lentitud; en su agraciada desnudez se dio tiempo para acomodar una mesita, servir los vasos y destapar la botella que dio un sonoro chasquido. Cuando se inclinó un poco para realizar la actividad, me quedé paralizado al contemplar la silueta de apariencia frágil pero de alma indomable. No necesitaba conocerla a detalle, no necesitaba saber qué era lo que pensaba o sentía, la necesitaba a ella, todo su ser y en mi egoísta perspectiva de la vida, ni siquiera me importaba qué no gustara de los hombres.

-Cásate conmigo- dije.

Ella volvió la mirada sonriente, preparó las bebidas que tomaron un color lechoso; cuando cayeron unas yerbas en el recipiente, ella sacó una ramita y comenzó a masticarla; tomó los trocitos de su boca y recitó en un susurro que casi sonó melódico:

¿Dónde está aquello?
Todo mundo habla de ello,
sigo buscando y no lo veo
¿En mi estará perdido?

¿Perdido de mí,
nunca habiéndolo obtenido?
Quien lo tuvo, de su corazón escapó
o la cordura le rompió.

Ya sea por mentiras piadosas
o crueles arrebatos,
ya sea por desilusión
o con simpleza, por estar enamorado.

¿Como perder lo que nunca se tuvo?

-¿Cuándo lo escribiste?- pregunté extrañado mientras envolvía mis manos con grandes tiras de manta.

-Hace dos semanas, el día que me dejaste inconsciente- respondió con absoluta paciencia y sin un atisbo de resentimiento en su voz -Lo pensé cuando me despertó mi mujer. Ese día me dejaste bastante lastimada-

-¿A qué te refieres con “tú mujer”?- pregunté con sincera extrañeza y he de admitir que con celos.

-Hace algunas semanas llegó al burdel una muchacha que también escapó de su casa bajo circunstancias bastante similares a las mías, hubo buen entendimiento y ahora somos “novias”-

-Me alegra que hayas encontrado a alguien con quien compartir tu vida- respondí tímido -Sera difícil hacer una vida fuera de aquí-

-¿Difícil? No seas ingenuo- me dijo con una sonrisa sarcástica -¡Eso será imposible! No sólo por qué somos mujeres, también porque está en contra de las “Leyes de Dios”-

-Pues esté en contra de quien sea, sabes que te apoyaré hasta el final- entonces me mordí la lengua con una especie de remordimiento de conciencia.

-No seas cursi- dijo con gesto serio -Mejor vamos a emborracharnos, mañana me largo de aquí; no tengo idea de a dónde ir pero me iré con ella lejos de aquí y no pienso regresar, tampoco seguiré trabajando de puta. Sabes que me repugnan los hombres- entonces comenzó a buscar bajo la cama y sacó una larga caja de madera.

-¿Qué es eso?- pregunté curioso y los ojos casi se me salen de las cuencas al mirar el contenido:

Una carabina Winchester 30-30 nueva y con gran cantidad de munición rodando entre el aserrín que cubría el fondo de la caja. Lupe tomó dos balas, recortó y me apuntó al rostro.

-Voy a volverme forajida y robaré bancos. Sé como utilizar éste aparato, “mi mujer” y yo sabemos montar; mañana compraremos dos caballos, tengo dinero suficiente para vivir algún tiempo…- dijo bajando el arma, aún se sentía extraña dirigiéndose a la susodicha.

-Llámala entonces- respondí con una sonrisa -Quiero conocerla, pagaré la noche a ella también-

-¡No, a ella no la vas a lastimar!- respondió levantando el arma de nuevo,  apuntándome con la mirada firme y decidida.

-Lupe, no digas tonterías, ésta noche no haremos nada, te pagaré como sí hiciéramos lo habitual, pero no haremos nada- dije en tono apaciguador -Ésta noche debemos festejar la libertad y el amor- tomé mi vaso con Absenta y bebí el contenido de un trago, tosí un poco y carraspee la garganta -Ve a buscarla, pediré otro vaso al cantinero-

-Gracias- me dijo bajando el arma -Dios te lo pagará-

¿Como se atrevía? Todo su ser estaba fuera de la Gracia del Señor y aun así, se daba el lujo de bendecirme en su nombre. Me sentí furioso pero sonreí al mirarla dejar el fusil en la caja y ponerse el vestido otra vez para bajar a buscar a “Su Mujer”, salí atrás de ella para ir con el cantinero. No podía quitarme de la cabeza la blasfemia a pesar de estar consciente de la hipocresía de sólo recordar a mi Dios cuando alguien lo mencionaba; no me persigne al reaccionar en la naturaleza del lugar en el que me encontraba.

Pedí el vaso y regresé a la habitación; cuando ellas entraron de nuevo, ya había llenado los tres recipientes con licor de ajenjo. Al mirar a “la mujer” de Lupe conocí la envidia, el único pecado que me faltaba por cometer:

-Ella es Marcela- me dijo Lupe con una sonrisa boba al momento qué cerraba la puerta tras ellas.

Quedé mudo y no supe responder a la presentación, ni al elegante saludo con el delgado brazo extendido enguantado en blanco. Esa joven mujer, en definitiva provenía de buena cuna y debieron ser circunstancias terribles las que la arrastraron a ese lugar. Era de piel tan blanca como la leche, ojos esmeraldas y cabello tan rojo como carbón ardiente, más alta de lo habitual, pues casi me llegaba a la nariz y lo ancho de su cadera se notaba incluso bajo el ampón vestido que utilizaba, llevaba sólo el corsé que por un momento imaginé demasiado ajustado, pero mi sorpresa fue mayor al percatarme de que los cordones para ajustarlo colgaban a un costado sin estar sujetos y los enormes senos, lucían firmes y llamativos bajo el escote obligado por la costura de la prenda. Aún hoy, me continua torturando su recuerdo, pues en ella se mitigaron todos mis bajos instintos sin siquiera ponerle un dedo encima y mis apetitos de dominio se apaciguaron al escuchar su respiración, ante la cual me sometí. Bebí mi trago para llenar el vaso otra vez, antes de responder al saludo con mueca estúpida, mientras Lupe reía a un costado al notar mi expresión; después del bochornoso momento, acerqué dos sillas y las invité a tomar asiento.

Bebimos las copas e iniciamos una conversación armónica y fluida sobre un sinnúmero de temas, pues Marcela también era una mujer instruida. Platicó sobre su origen, de como ella vivió en un rancho lejano en Zacatecas y sus padres eran una acaudalada familia de franceses -¿o irlandeses?- que vieron un futuro próspero en México dedicándose a la industria minera, pero que trataban a los obreros como sí de esclavos se tratara. Ella, inspirada por autores revolucionarios como Montesquieu, Rousseau y Voltaire entre otros, decidió romper las cadenas de la moral familiar y buscar su propio camino en un país extraño, con el marcado estigma de ser una mujer hermosa que repudiaba cualquier relación con varones debido a una experiencia desafortunada durante la infancia, en algún encuentro ingrato con bandoleros. Lupe y Marcela tenían una ventaja en el oficio que desempeñaban y del cual pensaban retirarse, ambas eran estériles. La primera debido a su complexión y una malformación física, la segunda por una lesión gestada durante la violación. Ni siquiera escuchar sus desgracias o disparatados sueños de fuga me sacaba de la mente lo que consideraba un insulto al Dios en el cual presumía creer con fervor desmedido.

Algunas horas después, la botella de Absenta había bajado a más de la mitad y los tres estábamos ya bastante ebrios, cantando corridos revolucionarios y deliberando tonterías sin sentido, cuando ambas fijaron la mirada una en otra; esas dos mujeres se amaban y de eso no me queda alguna duda, entonces comenzaron a acariciarse el rostro con ternura y se dieron un beso que en cuestión de instantes, dejó su matiz original para convertirse en pasión desenfrenada; sin pensarlo, estiré la mano, saqué el fusil de la caja de madera y sin miramientos, disparé sin que se dieran cuenta de lo que les había ocurrido. El bullicio del salón de baile apagó el ruido de las detonaciones y mis ímpetus etílicos… pero no mi hipocresía.

-Que Dios las perdone- dije en un susurro antes de guardar el arma en la caja, tomar una hoja de papel de los manuscritos de Lupe y escribir un letrero que decía en letras mayúsculas “Putas Lesbianas”; coloqué el papel sobre el pecho de Marcela y salí del burdel como sí nada hubiese ocurrido, con la larga caja del arma bajo el brazo; nunca supe lo que Lupe me iba a regalar. Había pagado las cuentas antes de subir y eso no me importaba, tampoco el hecho de que me buscaran las autoridades, pues nadie se preocuparía por la muerte de dos prostitutas ni perseguirían a un hombre influyente como yo; con lo que no contaba, ensoberbecido por mi posición social, era que el espíritu de esas dos prostitutas enamoradas me perseguirían a partir de esa noche, arrastrándome en terribles pesadillas y situaciones aún más siniestras.

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Pocos días después regresé a casa de mis padres. Fui recibido por ellos y mis dos hermanas con alegría, una excelente comida y felicitaciones al por mayor, pero la tranquilidad de estar en el hogar no mitigaba un poco la sensación de ser perseguido y observado, tampoco los sueños perturbadores que me acechaban durante las horas de descanso.

A pesar de siempre haber mantenido una alimentación abundante y nutritiva, comencé a bajar de peso y perder masa muscular con exagerada velocidad. Preocupada, mi madre no dudó en llamar a un sacerdote para que me diera su bendición, a lo cual no me opuse de ninguna manera. Como sí la fe de aquel clérigo fuese en extremo fuerte, las pesadillas se fueron esa noche y mi vida comenzó a reactivarse con ímpetu práctico, pero en el fondo de mí, el recuerdo de haber sesgado la vida de aquellas mujeres que aunque fuera en contra de mí moral, buscaban salir adelante en un mundo hostil, con la fuerza del amor que se profesaban una a otra.

No comprendí por esos tiempos por qué el recuerdo de haber matado a esas mujeres me perturbaba tanto, tal vez fue por haberlas asesinado a sangre fría y haberme quedado con el deseo reprimido de poseer a Marcela o por la aberrante estima que le tenía a Lupe. Tal vez fue el hecho de perder el respeto a la vida, la mía por principio, al sentirme más poderoso y fuerte que cualquier otro ser humano que cruzara por mi camino. El problema de esa ocasión fue que yo era un joven hipócrita y remilgado, aparte de perverso y depravado, que se sintió incómodo al saber que arrebató una vida por primera vez y como era la costumbre inculcada por mí familia, busqué someter a mí conciencia con espiritualidad falsa, comencé a frecuentar cada vez más la iglesia en donde me encontré a viejos amigos de la infancia y conocí nuevas personas, bastantes de ellos, adinerados hacendados o empresarios ambiciosos y prominentes, tan ambiciosos y pervertidos como yo, tal vez más; cuando reaccioné en lo que me ocurría, estaba en una reunión repitiendo algo así:

En presencia del Todopoderoso Dios, de la bienaventurada Virgen María, del bienaventurado San Juan Bautista, de los Santos Apóstoles, de San Pedro y San Pablo, de todos los Santos, sagradas huestes del cielo y de ti, mi Santísimo Padre, el Superior general de la Sociedad de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola, en el pontificado de Pablo III. Continuado hasta el presente por el vientre de la Virgen María, la matriz de Dios y el cayado de Jesucristo, declaro y juro que su santidad el Papa es vice-regente de Cristo, que es la única y verdadera cabeza de la Iglesia Católica Universal en toda la tierra; que tiene en virtud las llaves para atar y desatar, dadas a Su Santidad por mi salvador Jesucristo, tiene poder para deponer reyes herejes, príncipes, estados, comunidades y gobiernos y destruirlos sin perjuicio alguno.

Por lo tanto, con todas mis fuerzas, defenderé ésta doctrina y los derechos y costumbres de su Santidad contra todos los usurpadores heréticos o autoridades protestantes, en especial de la Luterana de Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia y Noruega y ahora de la pretendida Autoridad e Iglesia de Inglaterra, Escocia y de las ramas de la misma, establecidas en Irlanda, en el continente Americano y de todos los adherentes a quienes se considera como herejes y usurpadores enemigos de la Santa Iglesia Romana…

No recuerdo en éste momento más sobre eso, aparte de que soy hombre de palabra y no faltaré a mis juramentos de discreción; sólo diré que en ese momento, todo aquello me pareció bien y por fin tenía un motivo para seguir adelante: incrementar la reputación de mí familia y purgar mis remordimientos de conciencia, siguiendo una cruzada espiritual distorsionada con las acciones de mis “Nuevos Hermanos”.

Me coloqué en una excelente posición social e hice dinero en exceso -en aquel entonces el peso valía un poco más- Mi carrera política y comercial iba elevándose con velocidad; pero entonces todo cambió, los años habían pasado rápido y debía cerrar filas con mis “Hermanos”. Para ese entonces, era un excelente tirador y jinete, mi arma predilecta seguía siendo la Winchester 30-30 que había “robado” de aquellas dos desafortunadas y uno de mis pasatiempos favoritos era darle mantenimiento. Como sí hubiese sido temporal, mi afición por el sadismo se disipó, sustituida por una ferviente devoción a mis Hermanos “Caballeros” y la ambición por el dinero. El gobierno de ese entonces -parece que en estos días también- fue bastante benevolente con la gente pudiente y era obvio el favoritismo       -parece que en estos días también- y como sí el destino me sonriera ante el intento de purgar mis remordimientos, estaba declarado y anunciado que yo ocuparía la presidencia del estado de Tlaxcala, pero el destino tenía otros planes para mí y no se encontraban en la alta política; cuando llegó el año de 1926, recibí ordenes de un superior de mi discreta congregación por medio de una carta. El documento estaba redactado con una caligrafía perfecta y membrete con un escudo de armas al estilo medieval: una Cruz de Paté con bordes amarillos y coloreada en su interior con rojo y blanco, por encima se distinguían también un ancla marinera disimulando una Cruz Ancorada, otra más velada en una espada, una alabarda y un mástil de barco con las letras “K” y “C”. La misiva estaba firmada por el legendario abogado y profesor James A. Flaherty.

En tal documento se me encomendaba a participar en la lucha armada contra de la represión religiosa iniciada por el presidente Plutarco Elías Calles y que en consecuencia, me llevó a participar en los campos de batalla. Sí los militares tenían al General Mondragón, Los Cristeros me tenían a mí.

Se iniciaron las escaramuzas y conforme pasaba el tiempo, se hacían cada vez más sangrientas transformándose en auténticas batallas y esto llamó la atención de los depredadores, como un tiburón huele la sangre a grandes distancias.

Una noche de tantas estábamos refugiados en una vieja iglesia no lejos de la hacienda de mí familia, no estábamos refugiados, estábamos atrincherados; preparábamos provisiones con ayuda de algunas mujeres del poblado y varios explosivos caseros bastante rústicos. Fue una tarde trágica, el cuerpo guerrillero bajo mí mando, inició con doscientos hombres fuertes y valientes dispuestos a morir en nombre del Dios al que veneraban y bastantes lo hicieron pues al terminar la masacre -sería exageración decir que fue una batalla- sólo regresamos veinte hombres. Bastantes de los caídos -por no decir todos- salieron a pelear con sus machetes de trabajo, sí acaso con alguna escopeta vieja, recuerdo de la Revolución de hacía apenas pocos años, dejando desamparados a sus hijos, esposas o padres con la esperanza de ganarse el cielo.

Comenzaba a oscurecer cuando uno de los muchachos más jóvenes se acercó a mí y dijo:

-Señor Montero ¿Qué vamos a hacer? Casi todos los hombres murieron allá afuera, no nos quedan muchas municiones y quince de los veinte que regresamos, “se están rajando”- era tal su seriedad e ímpetu al hablar, que casi me hace levantar una vez más mí escopeta para salir otra vez a pelear -Sé que moriremos ésta noche pues ellos tienen armas, son demasiados y no conocen la piedad… pero no tengo miedo. Sí muero ésta noche sé que Dios me recibirá en el cielo con un gran banquete- fue entonces cuando reaccioné en las facciones aniñadas de su rostro y pregunté con acritud que disimulaba el miedo:

-¿Como te llamas y cuántos años tienes?-

-Mi nombre es Francisco Isidoro López y tengo catorce años-

-¿No piensas que eres demasiado joven para morir, más aún, en una guerra absurda?-

-No es absurda- respondió con una sonrisa y mirada llenas de emoción -Morir en nombre de Dios es algo digno y honroso, aparte de eso, no permitiré que se corte el derecho a creer y adorar al Dios con el que me criaron mis padres y abuelos, sólo porque “se le da la gana” a un presidente que aparte de ser ateo, es un cabrón y pendejo; sí he de morir, será por lo que creo, sí sobrevivo a esto, educaré a mis hijos bajo la ley de Dios y no de los hombres-

-¿No te preocupa tu familia?-

-No, mis padres y hermanos están conscientes de que sí regreso a casa es que Dios estuvo conmigo y sí no regreso, es que estoy con Él-

Dibujé en mi rostro una sonrisa de satisfacción, no por saber que ese jovencito iba a morir, más bien, al darme por enterado de qué yo moriría juntó a una persona sincera y desinteresada, de fe firme y conciencia limpia, una situación que nunca llegaría a experimentar, pues mi naturaleza depredadora, inmortal e inmoral me impide aceptar tales situaciones por instinto de supervivencia. Esa noche supe cuál era el destino que estaba marcado para mí.

.·.

Fue una tarde nublada y fría que daba a todo el paraje un aspecto oscuro, más de lo normal. Dado a que esa zona estaba rodeada de extensos bosques, cavernas, cultivos, pastizales y un sin número de leyendas que incluso podía rastrearse su origen a épocas prehispánicas. Sí se prestaba atención durante las noches, se podía escuchar un grito de lamento o el acelerado cabalgar de un jinete al cual todos los hombres temían, incluso los más bravos, por mencionar algunas situaciones.

Nuestro refugio como ya lo mencioné, era una antigua iglesia construida con los restos de un antiguo Teocalli como la mayoría de iglesias antiguas, corrían una gran cantidad de mitos, los cuales comenzaron a relatarse con nerviosismo en cuanto comenzó el declive del sol y arreció la furia del viento, trayendo consigo un silbido escandaloso qué erizaba la piel desde la punta de los pies hasta la raíz del cabello.

-Ésta es la noche de los Nahuales- dijo una mujer -Cuentan las leyendas que siempre se manifiestan en éstas fechas y hacen su fiesta aquí, por qué antes éste era su templo-

-Decía mi madre que también traen malas noticias- interrumpió otra mujer un poco más avanzada en edad   -Decía ella que esos “Demonios” tienen la capacidad de ver el futuro-

Entonces entró quien no había hecho acto de presencia en todo el día, el párroco de la iglesia y por quien ni siquiera me había tomado la molestia de preguntar:

-Dejen de decir tonterías- dijo el hombre con túnica ceremonial y voz autoritaria; era un hombre bajo de estatura, sí acaso mediría un metro y sesenta centímetros, de piel morena y marcados rasgos indígenas, con una melena alborotada de un negro profundo al igual que sus ojos, más qué fe, reflejaban sabiduría -Señoras, sugiero que no hablen de lo qué no conozcan y menos dentro de éste templo, será mejor que se encomienden a Dios ésta noche, la cual espero no sea la última para nosotros-

Con presteza me acerqué a él, me arrodillé y besé la mano.

-Tú debes de ser León, se me previno sobre tu llegada- me respondió con gesto severo, casi indiferente -Conozco a tú familia desde hace algunos años y he escuchado hablar de ti-

-Espero que sean cosas buenas…- dijo una voz femenina a mí espalda; cuando volví la mirada para ver quien había sido la imprudente, casi me voy de espaldas:

Marcela, la prostituta a la que había dado muerte algunos años atrás y me torturó en pesadillas durante muchas noches, estaba de regreso y pisando el suelo sagrado en el cual había sido expulsada al infierno, pero en esa ocasión se veía diferente, pues no mostraba siquiera un rastro de su muerte atroz, más bien, lucía hermosa, con un fino y recatado vestido blanco de una pieza que resaltaba aún más su belleza de rasgos europeos y justó cuando parpadee intentado concebir lo que estaba mirando, otra voz dijo:

-¿Acaso pensabas que escaparías por siempre de nosotras?- miré hacia el lugar de donde provenía aquella voz y de entre las mesas improvisadas en el salón, vi venir hacia mí con andar tranquilo a Guadalupe, abriéndose paso entre el grupo de las campesinas que prestaban auxilio a los Cristeros, vistiendo una falda y una blusa igual de blancas que la ropa de su amante; se veía tan hermosa como la primera vez que la miré en el salón de aquel burdel -No cantes victoria, nuestro recuerdo te perseguirá hasta que te transformes en ceniza-

Eso no debía estar ocurriendo, un sacerdote las había hecho cruzar El Tártaro y yo estaba purgando mis culpas batallando en nombre de Dios, fue entonces que el infierno se desató: las puertas de la iglesia cayeron convertidas en astillas justó al momento en que un estruendo hacia vibrar los muros de la vieja iglesia; las mujeres gritaron pidiendo auxilio y los pocos sobrevivientes de la masacre matutina comenzaron a disparar en contra de la gran cortina de polvo que se levantó, sin atinar una sola bala en algún cuerpo militar enemigo. Me tiré al suelo y de reojo vi como aquel clérigo que nos había acogido en su templo, se dirigía a otra habitación con disimulo y una amplia sonrisa en el rostro, mientras avanzaba desgarraba su vestimenta con facilidad y empuñaba dos revolver de grueso calibre, disparando con destreza hacia atrás, ya fuera a los gendarmes o a los refugiados, sin distinguir bando alguno mientras las hordas militares iniciaban de lleno el asalto con una organización táctica que dejaba ver su efecto arrasador en los cuerpos de los insurrectos que caían como piezas de dómino formadas una detrás de otra, pero que en lugar de ser los colores el blanco y negro característicos, estaban teñidos de rojo acre y dolor, sí esto pudiese existir; mientras tanto, las risas de las dos espectros callaban cualquier explosión o grito de las víctimas, junto a los disparos de las pistolas o fusiles, pero no los del arma del sacerdote que se había despojado de sus vestiduras con facilidad, haciendo un coro de extraños bajos a contratiempo con cada detonación. Todo terminó.

Viva mi raza hijos de puta!- con sorpresa, gritó el sacerdote que instantes antes se veía limpio y bien arreglado -Éste templo no es de nadie, ni de los pendejos cristianos ni del gobierno ¡Es de Los Abuelos!- sopló los cañones de sus pistolas y dijo con voz elevada -¡Sí alguien no está muerto, que levante la mano! Ustedes dos no cuentan- señaló a las fantasmas -Ya están muertas- a lo cual respondieron con una risa.

-Yo sé quién no está muerto- dijo el fantasma de Marcela, señalándome con una risa traviesa que la hizo ver más deslumbrante en su mortecina belleza, mientras la nube de polvo se disipaba y el silencio de la muerte inundaba el lugar en su totalidad -Otro corrió hacia la sacristía envuelto en su excremento, supongo que dos batallas en un día fueron demasiado para su esfínter anal-

-No seas tan cruel- respondió el hombre que pensé era un sacerdote severo -Es casi un niño, déjenlo vivir- su aspecto había cambiado en cuestión de instantes: el cabello qué antes era negro en su totalidad, ahora era cano y seco, estaba sucio de varios días y la barba le crecía dispareja en las mejillas desde por lo menos cinco días atrás -En cuanto a su verdugo, ya cumplí con el trato, lo traje aquí y dejé desarmado, de lo demás no me corresponde ocuparme-

-No puedes dejarlo vivir, es un asesino a sangre fría- dijo Guadalupe contorsionando las facciones de su rostro en ángulos exagerados y las vértebras del cuello en posiciones imposibles, haciendo bruscos y agitados movimientos que no producían sonido alguno, ni de ruptura o dislocación.

-Mi Lupe tiene razón- agregó Marcela dando un paso silencioso al frente -Nosotras teníamos una vida por delante que auguraba fortuna y felicidad al final de tanto esfuerzo; gracias a éste persignado oscurantista, fementido e hipócrita, no pudimos siquiera intentar luchar por nuestro amor- mí sorpresa fue mayor al reaccionar en que ninguna de las dos pisaba el suelo y sus pies se mantenían separados de éste a por lo menos una cuarta de mis manos.

-Ya no voy a matar a nadie más- respondió el desaliñado “sacerdote” -No mancharé mis manos ni mis armas con sangre de inocentes, no lo digo por éste hombre, lo digo por el “chamaco” que se escondió; sí van a matarlo, háganlo de una vez, pero satisfacer su sed de venganza no las hará trascender y en unos cuantos años, no podrán reconocerse entre ustedes, tal vez ni siquiera verse. He cumplido mi parte del trato que fue acorralarlo aquí, lo demás no me corresponde, el sacrificio está hecho ¡La voluntad de Los Dioses ya se ha cumplido!-

Lupe desapareció ante mí mirada atónita y la indiferencia total de los otros dos, para aparecer de nuevo cargando al joven Francisco con facilidad en una mano. Lo arrojó al piso con fuerza dejándose escuchar un golpe seco y un gemido de dolor al tiempo que decía:

-Ya levántate León, no engañas a nadie más que no seas tú mismo-

Haciendo acopio del poco valor que quedaba en mí, salí de atrás de algunas bancas ya astilladas por los disparos y contemplé con amargura los resultados funestos de la segunda masacre del día a la cual fueron sometidos los rebeldes: mí batallón; las puertas de la vieja iglesia ya no existían y por el piso se podían distinguir grandes tozos de madera y acero o pequeñas astillas, algunos fragmentos de los hermosos vitrales que representaban escenas de la mitología cristiana, que habían sido partidos en pedazos, ya fuera por los disparos o la detonación que derribó la puerta, cientos de orificios decoraban las paredes y las imágenes de adoración yacían quebradas o pulverizadas en sus nichos y el empolvado suelo.

Cuarenta y ocho cadáveres estaban repartidos en el piso, muertos por balas o desangramiento, diez y ocho campesinos, diez mujeres y otros veinte soldados; uno de ellos, un campesino en particular llamó mi atención, a leguas se notaba que su muerte había sido provocada por desecación, yacía sentado al pie de una columna y entre sus manos sostenía un rosario al cual miraba con dulzura, a la vez qué en el pálido rostro dibujaba una sonrisa de felicidad agónica con la certeza de haber muerto por una causa justa y noble. Sentí envidia. Sin pensarlo más, sólo estirando la mano alcancé un fusil perdido y disparé de lleno en la cabeza de aquel cadáver que me había hecho concebir esa desagradable sensación de abatimiento por no haber logrado esa noche qué estaba asegurada mi muerte, todo aquello por lo que sin pretenderlo estaba luchando, la paz interior; tal vez ni siquiera un encuentro fugaz con ese Dios qué presumía adorar y sólo lo hacía cada domingo en misa, más bien el encuentro con mí Dios interior, conmigo mismo.

El hombre que minutos antes fingió ser un sacerdote, dejó su pistola sobre una banca y tomó asiento buscándose en los bolsillos algo para momentos después, encontrar un trapo, levantar una de sus armas y comenzar a limpiarla.

-Ve a hablar con el chamaco- me dijo sin siquiera mirarme -No vas a morir solo, será mejor qué lo reconfortes un poco- los espectros de las dos prostitutas me miraban con frialdad y odio desde un rincón.

-Ni siquiera yo tengo paz ¿Como voy a hacerlo?- respondí con el único pensamiento que me llegó con seguridad.

-No creo que Torquemada pensara igual- respondió mirándome con sus ojos negros y profundos -Sí es verdad todo lo que se dice sobre los cristianos, ya te has exonerado-

No respondí. Caminé hacia donde estaba el inconsciente Francisco, me arrodillé juntó a él y levanté parte de su cuerpo entre mis brazos. Al sentir mí tacto abrió los ojos aún con la mirada extraviada y me preguntó en un susurro:

-¿Qué está pasando, de que rincón del infierno salieron estas criaturas?-

-No lo sé…-

-Si lo sabes- me interrumpió Guadalupe saliendo de una sombra que se producía a mí costado -Dile la verdad, que tú nos mataste por tus prejuicios y doble moral, dile qué aun así tuviste el cinismo de robar el fusil que compré con tanto esfuerzo y vomito tragado, dile qué la última noche que nos vimos deseabas revolcarte con mi pareja mientras me torturabas hasta el hartazgo; dile qué no luchas en ésta guerra absurda por tu fe, dile qué peleas por los beneficios que te traerá al terminar todo-

No pude evitar lanzar un suspiro y bajar la mirada, tampoco sentirme avergonzado ante el desenmascaramiento de mis intenciones al dirigir los “ejércitos” Cristeros, al final estaba haciendo una confesión, recibiendo los santos oleos.

-¿Es verdad eso señor León?- alcanzó a preguntar el joven Francisco con la mirada extraviada.

-Si- respondí con la voz quebrada y un nudo en la garganta.

Él cerró los ojos y movió la cabeza como queriendo desviar la mirada de mí, fue entonces cuando vi el motivo de su convalecencia: una bala de gran calibre le había pasado rosando la cabeza “volándole” parte de la oreja derecha, provocando un sangrado exagerado que fue mitigado por una gruesa costra de polvo; supongo que consiguió ocultarse sólo por mero instinto de supervivencia.

-¡Mátalos ya!- gritó Marcela con una voz tan aguda y furiosa que casi me revienta los tímpanos, dirigiéndose al hombre que estaba limpiando una pistola.

-Ya lo dije- respondió él sin dejar su actividad -Hoy no derramaré más sangre, el sacrificio está hecho y cumplí con mi parte del trato, que fue traer a éste hombre aquí ¡El jovencito no merece morir!-

-Tienes “corazón de pollo”- replicó Lupe con sorna -Sangre es sangre, venga de un asesino o de una virgen-

-En efecto- respondió el pistolero mientras ajustaba el mecanismo de su arma -Lo que importa y lo en verdad valioso es el alma; éste hombre al que planean matar está batallando por redimirse y eso le da bastante valor, sí lo consigue, logrará trascender y salir del interminable ciclo de La Rueda-

Las dos espectros guardaron silencio y me miraron con desdén, el hombre que estaba hablando se puso en pie con tranquilidad, guardó la pistola y comenzó a caminar hacia la entrada donde antes estaba la puerta.

-Con su permiso señoras- dijo -Yo me retiro, hagan con ellos lo que les plazca, ya no es asunto mío-

Parecía qué Francisco sólo escuchara lo que todos decían, aunque continuaba respirando, no había cambiado la expresión de su rostro ni un poco, tal vez con el leve movimiento de sus ojos que parecían querer mirar con detalle a quien hablaba, para en los momentos de incomodo silencio, enfocar otra vez su mirada casi vacía en mí o en la nada. No pude decir ni objetar una sola palabra en defensa de mí vida, ni de aquel joven impetuoso que en tan pocas horas se había ganado mí afecto, sentí la boca seca y el aire comenzaba a ser denso para mis pulmones.

No pude evitar mirar una vez más al hombre que se alejaba, sentí impotencia al saberme abandonado, aunque él fuera quien me tendió la trampa encerrándome en esa ratonera, pero qué a final de la cuenta le daba a mí alma torturada por los remordimientos, un atisbo de esperanza y valía que nunca pude darle, a sabiendas de que cualquier buena intención siquiera pensada o bien labrada, sería boicoteada por mí mismo. Se detuvo en el umbral buscando algo entre sus bolsillos, sacó un cigarro y una caja con cerillos, encendió el tabaco dándole una profunda calada:

-Recuerden señoritas- dijo en voz alta -Que cualquier cosa que le hagan a estos dos hombres les joderá la existencia aún más y…-

No terminó de dar su consejo, pues todo el aire de sus pulmones escapó con un golpe que lo hizo volar tres metros en el aire y arrojándolo seis más otra vez al salón de la iglesia, cayendo en el pasillo a poca distancia del lugar donde yo continuaba sosteniendo al muchacho. Un “hombre” estaba de pie en la entrada, justó donde instantes antes estaba el pistolero encendiendo su cigarro. Con porte gallardo y prepotente, al principio no distinguí bien sus facciones, tanto por la iluminación tenue como por la tolvanera que levantó el vuelo del pistolero y el impacto al caer; entonces, una voz dulce y melódica, pero no por eso menos varonil, dijo con tono en exceso despectivo:

-¡Estúpido cambiaformas! ¿Pensaste que escaparías de mi toda la eternidad? Eso es demasiado tiempo y tú no lo tienes ¡Yo si!-

Increíble, apenas exhalada la última palabra, ese hombre ya se encontraba adentro del templo, parado a un lado del pistolero caído, mirándolo con desprecio pero sin siquiera agachar un poco el rostro y poniéndole la bota en el pecho, apoyando todo el peso de su cuerpo. La luz de un cirio lo iluminó, dejándome distinguir sus facciones tan finas como los detallados trazos de Da Vinci en el cuadro de Juan El Bautista, pude jurar que frente a mí estaba dicho cuadro manifestado, con la castaña melena alborotada y el rostro aunque cincelado, serió e inexpresivo. Vestía ropa de jinete o más bien de cazador, todo de absoluto negro, sólo con algunos detalles en plata pulida, como las mancuernillas y una gruesa cadena en el cuello, rematada con lo que parecía ser un relicario; las botas eran demasiado extrañas, pues a pesar de tener la forma exacta de un calzado hecho para montar, estaban fabricadas con charol también negro que aún entre el polvo, brillaban con intensidad a pesar de la tenue luz. Miró a los espectros sonriente, casi complacido, con lentitud y detalle revisó la estancia y cuando me vio en el suelo sosteniendo a Francisco, dibujó una sonrisa burlona, sarcástica y cruel en el rostro, en ese momento sus ojos despidieron una extraña luz que los hizo cambiar de color, pasando del verde que había apenas imaginado instantes antes, a un amarillo seco y podrido, como sí de pústulas infectadas tiempo atrás se tratara, lubricadas por un poco de pus sin madurar en podredumbre completa. Las fantasmas me miraron otra vez, pero ésta ocasión, la expresión de sus rostros muertos no era de odio o rencor, eran de temor y a la vez respeto, con obviedad de que no hacia mí; volvieron la mirada al visitante y sin decir nada, se desvanecieron entre las sombras. Mientras tanto, coloqué la cabeza de Francisco en el piso con el mayor cuidado posible, me incorporé resignado al final trágico y corrí al lugar donde recordaba había caído la Winchester.

-Soy eterno, estoy muerto. Tú eres una vulgar bestia condenada a los gusanos- el hombre vestido de negro y voz cadenciosa volvió a dirigirse al pistolero -Tengo la eternidad frente a mí, pero sí de algo no tengo tiempo, es de olvidar y perdonar-

Recobrando el aliento, el caído respondió:

-No es algo de lo que debas enorgullecerte- tosió sin enderezar el cuerpo y unos hilillos de saliva sanguinolenta escurrieron por la boca del magullado pistolero -¿Sigues enojado por lo que ocurrió en Tepoztlan? ¡Hace veinte años de eso! Deberías aprender, sí no a olvidar, si a perdonar- ante mis atónitos ojos, el pistolero sonrió con socarronería, aunque la cantidad de sangre que comenzaba a salir de su boca era alarmante -Aprendiste nuevos trucos, me halaga que lo hicieras para mí, pero por lo menos ésta noche no te daré ese gusto-

-He aprendido sobre los tuyos y conozco tu secreto “coyote”- respondió el de negro aún sonriente, le quitó el pie del pecho y sacó un pesado revolver de su chaqueta para acto seguido, descargar cinco balas sobre el pecho del caído sin ninguna compasión y rompiendo la pétrea expresión, una sutil sonrisa de satisfacción que de súbito se transformó en una mueca de incredulidad y sorpresa para dar dos pasos titubeantes hacia atrás.

-¿Plata?- preguntó el pistolero caído con la misma expresión y tono de voz que había estado utilizando -Te dieron gato por liebre o ¿Coyote por lobo?- se incorporó con trabajo fingido y desenmascarado por su risa que parecía estar a punto de estallar en una carcajada -Rompiste mi camisa nueva, el cuerpo se regenera, la ropa no y costó cara en la ciudad, espero que traigas dinero para pagármela- se dio tiempo para sacar la pistola de la sobaquera en donde la había guardado y continuó -¿Sabes que me caes bien? Estos últimos años te has esmerado en terminar con mi vida… sin buenos resultados, también cazas a mis amigos humanos y eso me ha provocado un gran daño emocional, pero no soy rencoroso- cual truco de magia, sacó un cigarro encendido de entre su ropa y se lo llevó a los labios -Ésta noche saldré por esa puerta y dejaré qué te pudras en tu odio una noche más, sí estas obstinado en matarme, sigue buscando la manera, pero nunca olvides qué “cuando tú vas, yo ya di dos vueltas y vengo de regreso”- de ésta manera salió de la iglesia con paso relajado y cantando el alegre corrido de Juan Charrasqueado:

Voy a cantarles un corrido muy mentado,
lo que ha pasado allí en la Hacienda de la Flor,
la triste historia de un ranchero enamorado,
que fue borracho, parrandero y jugador.

Juan se llamaba y lo apodaban Charrasqueado,
era valiente y arriesgado en el amor.
A las mujeres más bonitas se llevaba,
en esos campos no quedaba ni una flor.

El hombre de negro se llevó la mano derecha a la cabeza con expresión de molesta angustia, después comprendí que fue de impotencia, por un instante pensé que se había olvidado de mí y respiré aliviado pero en ese breve instante de relajación, las dos fantasmas aparecieron junto a mí arrancándome un sonido estruendoso del estómago, ante lo cual no dudaron en soltar una escandalosa carcajada que hizo reparar en mi presencia al hombre con las botas de charol, quien me miró con esos horribles ojos de amarillo putrefacto. Al percatarse también de eso, las dos fantasmas desaparecieron otra vez cobijadas por las sombras.

-Después de todo- dijo él -Algo para desquitar ésta burla-

No lo dudé, levanté el arma dispuesto a disparar pero ni la más audaz de mis reacciones hubiera logrado anticiparse a ese extraño ser al que por error llamé hombre, pues un hombre jamás hubiera logrado moverse a esa velocidad y arrancarme la carabina de las manos, en un movimiento tan imperceptible y preciso como el de un céfiro, de igual manera, un hombre tampoco me hubiese podido levantar con tal facilidad en una sola mano, sujetándome por el cuello a más de medio metro del suelo.

-Tú debes de ser el llamado León Montero- dijo con voz burlona, casi sarcástica -Mis súbditos en la iglesia me han hablado de ti, tienes fama de ser un hombre aguerrido y con carácter difícil-

Tal vez sí hubiera podido hablar, hubiese respondido con cortesía y humildad falsa ante el sutil elogio, la criatura sonrió presumiendo la blanca dentadura, limpia, aunque de encías en exceso rojizas.

-Necesito compañía… alguien a quien enseñarle todo lo que sé sobre la muerte en vida- continuó con un tono de ironía disimulada, casi el de una broma de mal gusto y con notoriedad se complacía en ello              -¿Sabes? Esa idea absurda sobre la eternidad y la soledad, en algunos años se volverá popular… espero No-Vivir lo suficiente para verlo y reír hasta el hartazgo; como te lo dije, se corren muchas leyendas sobre de ti y tus “peculiares” aficiones infantiles-

Intenté responder pero esa criatura no me lo permitía y tampoco tenía esa intención, comencé a sentirme asfixiado, con la boca seca y mi lengua comenzó a hincharse haciéndome sentir todavía más la falta de aire hasta ver borroso. Mi fuerza estaba por agotarse y me di por muerto. Cuando dejé de prestar resistencia pataleando o manoteando en inútiles intentos por defenderme, con sorpresa sentí un golpe de aire en los pulmones, caí al suelo y comencé a respirar una vez más… por primera vez con sinceridad di gracias a Dios.

-Puedo decir que te comprendo- continuó diciendo aquella criatura infernal -Cuando llegué a escuchar los rumores que hablaban de ti y lo que hacías con los niños cuando tenías un mal día, me sentí identificado- lastimero, me arrastré por el suelo intentando alejarme, mientras él caminaba despacio, paso a paso siguiendo mi vano intento de huida mientras continuaba con su monologo -De alguna terrible manera, también disfruto al ver como las presas intentan escapar de mis garras aunque apenas puedan respirar o moverse- tomó asiento en una de las bancas que aún quedaban utilizables, como sí todo fuera una mala broma, dicha banca se encontraba justó frente a mí, se acomodó con las piernas abiertas y continuó con mueca distraída -¿Sabes que sólo quienes estamos muertos nos regocijamos en el dolor ajeno?- no respondí -¿Recuerdas en que momento moriste, que día fue en cual decidiste mitigar tú dolor disfrutando el de otras personas?- intenté responder algo, pero mí garganta continuaba cerrada y él levantó aquella mirada fría de ojos amarillos posándose en mí -No te esfuerces, te lastimaras más; sé lo qué quieres decir y también la manera en la cual te justificaras y sólo puedo decir que ya no eras un niño, dejaste de serlo un año antes, te lo dijo tu papá ¿No es así?-

Estaba seguro de ya poder hablar pero no lo hice, aquella criatura infernal tenía razón y ningún argumento me exoneraría de eso, por elocuente o bien fundamentado que estuviera, con simplicidad, no había sido capaz de seguir los consejos de mi padre.

-¿Qué me dices de las dos putas que te siguen ahora a pesar de ya haber muerto?- me preguntó perdiendo la mirada en un vitral qué había sobrevivido al ataque -Guadalupe y Marcela… me parece que así es como las llamaban ¿No comprendo por qué las mataste? ¿Por ser mujeres, ambiciosas, letradas, putas y lesbianas?... tal vez un poco de todo ¿No es así?-

-Blasfemas- susurré en un gutural y trabajoso hilo de voz mientras me incorporaba un poco para masajear mí garganta. Él se levantó y con mueca de fastidio miró al cielo.

-¡No puedo creerlo!- me observó casi con ternura -En verdad, no puedo aceptar que exista alguien tan hipócrita y que a pesar de estar consciente de eso, continúe sosteniéndolo- levantó el pie y recorrió mi rostro con la punta de sus botas, voltee la cara en un movimiento brusco, a lo cual respondió con una carcajada burlona -¿Como puedes ser capaz de darte “golpes en el pecho” alegando devoción cuando viviste tanto tiempo en un burdel, embriagándote y planeando tus futuros peculados?-

No respondí, pero si logré sacar algo de valor cuando miré de reojo al inconsciente Francisco, grave error, pues con falsa sorpresa que no se recató en disimular, también dirigió la mirada al caído.

Oh! Lo había olvidado. Tu joven caudillo debe estar sufriendo bastante- con una sonrisa plasmada en el pálido e inexpresivo rostro, hurgó entre la parte trasera de su cinturón y extrajo una afilada navaja, más bien, una daga, ante lo cual sólo logré que los ojos se me empañaran y como sí escuchara la segregación de mis lagrimales, dijo sin dirigirme la mirada -No te preocupes, no voy a matarlo, de eso te encargaras tú en un rato, yo sólo menguaré su dolor y le devolveré la conciencia para que muera desengañado-

-¿A qué te refieres?- pregunté con recelo pero dispuesto a poner a prueba mi garganta magullada; él caminó hacia Francisco jugando con la daga entre los dedos con una destreza sorprendente hasta llegar al cuerpo de mi compañero caído. Con paso relajado, se dignó a responder al tiempo que sus ojos cambiaban de ese amarillo repulsivo a un rojo profundo:

-Lo que quiero decir, es qué mí sangre es para ustedes “La Panacea”- tomó la daga con la mano izquierda y la levantó, dio un beso a la hoja como sí fuera una amante enamorada y dio un tajo profundo en la muñeca de su otra mano; puedo jurar que le dolió bastante pues en su rostro, se manifestó aquella breve expresión de angustia que se siente cuando se está sobre aviso y cerca de experimentar un inevitable gran dolor. Dejó caer sobre la boca del jovencito un pequeño chorro de sangre casi negra y mientras continuaba vaciando su vena continuó -Tiene varios órganos internos destrozados, puede que muera de una manera dolorosa sí no lo mantengo alimentándose con mí sangre, aparte de eso ¿De qué te alimentarias después?-

-¿Qué quieres decir?- intenté levantarme, pero mis piernas no respondieron.

-Me refiero a qué te alimentaras de él ¿Es tan difícil de entender?-

-No entiendo a qué te refieres ¡Déjalo tranquilo! Ya han muerto demasiados-

-Ese no es mi problema- su mueca se torció en una sonrisa -Más muertos ha dejado tu iglesia y nunca nadie ha hecho algo por eso… para quienes lo hacen, encendían hogueras o elaboran una red gigante de difamaciones y mentiras… ésta no es la primera guerra absurda que me ha tocado presenciar en nombre de un dios falso-

-¡Cerdo blasfemo!- grité el insulto lo más fuerte que pude. Fue entonces cuando las espectros aparecieron otra vez, ésta ocasión a mí lado, levantándome con su tacto glaciar y dejando rígido cada musculo de mí cuerpo.

Sorprendida, aquella criatura se limitó a observar nuestro avance sin quitar de su rostro la sonrisa malévola:

-¿Vienes con compañía?- me dijo.

-Para nada- respondió el espectro de Lupe -Nosotras estamos aquí para torturar su espíritu, no trascenderemos mientras continúe con vida; él cometió uno de los pecados y faltas más graves contra la vida inteligente, qué es matar al amor por envidia y prejuicios-

-Siendo así, no lo haremos esperar por su condena- sin mayor aviso, quitó la mano de donde chorreaba su sangre sobre la boca del joven Francisco para llegar en menos de un pestañeo juntó a mí -¿Qué es peor, morir de una forma trágica, dolorosa y lenta o pasar una eternidad torturado por un pasado corto e igual de nefasto?-

Se acercó a mí rostro con una expresión que puedo jurar era de lascivia, intentando besarme en los labios sin atreverse a concluir tan despreciable acto, en aquellas épocas solapado por la clandestinidad y el miedo, a la vez tan conocido por el silencio y la represión. Levantó su mano dejando frente a mis ojos la profundidad del corte en su muñeca, manando el hilo de sangre que se regaba en el piso, ante lo cual dio una lamida y su piel se cerró como sí nunca hubiera sido escindida, dándole el aspecto pétreo que distinguí en su rostro la primera vez que lo tuve de frente y de lo cual sólo habían pasado unos cuantos minutos.

-Ahora entiendo- dijo -De éste hombre depende qué ustedes no se pierdan en el olvido, pues supongo que sus familias las desconocieron y no se les dio la oportunidad de dejar otra cosa construida para no perderse-

-¡Venganza!- dijo Lupe-

-¡Venganza!- repitió Marcela mientras las extremidades de ambas se contorsionaban en ángulos y velocidades imposibles.

Aquel “hombre” me levantó con facilidad, mostrándome su blanca dentadura cubierta por encías casi rojas o más bien sangrantes, al tiempo que sobre sus colmillos crecían otros, éstos tan largos y afilados cual agujas, en esa ocasión recordé a una serpiente que vi cuando era pequeño en una feria itinerante. Abrió la boca y me arañó el cuello con los agudos colmillos diciéndome:

-¿Te parece desagradable y obsceno lo que hago contigo, acercándome a ti de manera sugestiva?- alejó su rostro un poco -¿Te parece reprobable mi actitud?-

No respondí, mí expresión manifestaba más repulsión por aquello que el hecho de saberme sometido a su voluntad.

-Te veré en cien años o más viviendo en soledad y matando a tus semejantes a cada noche- lanzó un suspiro -Seguro que sí logras sobrevivir, pues hasta la eternidad “tiene sus mañas”-

Fue entonces cuando clavó sus agudos dientes en la piel de mí cuello haciéndome sentir el placer más sublime que nunca podría volver a experimentar, a cada succión en el cuello, mi cuerpo se retorcía en convulsiones orgásmicas haciéndome olvidar la situación a la que estaba siendo orillado a pesar de mis tabúes y prejuicios, tan inamovibles como una fortaleza. Lo abracé y pegué a mi cuello, como sí de una amante se tratara, la más fogosa y sensual que jamás hubiera tenido. Se separó de mí y vi una luz, me sentí desfallecer frente a ella y juré que mis días habían terminado, hasta que escuché la voz de las espectros llamándome:

-¡León, no te vayas!- dijeron al unísono -Tenemos muchas sorpresas para ti-

Fue entonces cuando corrió sobre mi garganta el vino más dulce y añejo que jamás pude haber degustado, lo más detestable es qué no era proveniente de las uvas, sí no de la muñeca abierta de ese “hombre” que segundos antes había cerrado con el sólo pasar de su lengua. Continué bebiendo hasta que él me retiró de un fuerte empellón con la otra mano.

-Te gusta la sangre… eso es bueno- dijo con tono sarcástico a la vez que todo a mi alrededor daba vueltas -Entonces ve y bebe toda la que puedas, supongo que la del último caudillo sobreviviente no te sentara mal-

No respondí pues para ese momento, mis entrañas se vaciaban de cualquier fluido en dolorosos retortijones y arcadas, tan vívidas como una puñalada en ellas.

-A partir de hoy, podrás hacer lo que quieras en nombre de quien desees- continuó -Sólo cuida no ser visto por los mortales y de no vaciar tus “bocadillos” por completo. Nunca te nutras de tus iguales o te volverán esclavo, no mates a ninguno de Los Malditos pues ¡Te asesinaran! Ahora se libre, ve y aprende-

No falta describir lo que hice con Francisco el resto de la noche hasta que la vida se apagó en él, aun sosteniendo sus ideales en un fallido intento de grito ahogado diciendo algo así como: ¡Viva Cristo Rey! Tampoco lo que han sido más de setenta años soportando a éstas putas. Espero, más adelante poder escribir un poco sobre mis aventuras entre los No-Vivos o No-Muertos.

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