jueves, 9 de enero de 2020

VIII Observando lo que se avecina


La memoria retiene sólo aquellos instantes supremos,
cuando el hombre es motivado por algo más grande que la Historia.
Svetlana Alexiévich-La guerra no tiene rostro de mujer (fragmento)

Al día siguiente, un lunes de inicio de semana, cual tenían acostumbrado, se presentaron temprano, a las 8:00 horas en punto y su sorpresa fue grande, cabe decir que no grata: aparte de encontrar el mobiliario fuera de la zona predestinada, había un grupo de seis médicos más realizando autopsias, “Su Trabajo”, justo en ese momento llegaron Lidia y Edgar, quedando igual que Carlos, mirando por instantes, con la boca abierta -casi desencajada- lo que ocurría. Uriel se dirigió de inmediato a la oficina de El Jefe Márquez para hablar en forma directa con su superior.
-¿Qué diablos pasa?- dijo Carlos con obvia expresión de desconcierto y también, limitando sus articulaciones para moverse, situación que sí bien no era nueva, sí era rara, al final, un problema psicomotor debido al estrés -Neta… ¿Qué chingados está ocurriendo?
-No tengo idea- fue la respuesta de los dos pasantes de manera simultánea, quedando igual desconcertados e inmóviles.
-Buen día…- respondió uno de los médicos que estaba cerca, se quitó el cubre bocas y los guantes dirigiéndose a ellos -Usted debe de ser el doctor Carlos y ustedes los dos pasantes, sé que se puede malinterpretar la situación, pero no pretendemos hacer eso.
En ese momento, se abrió la puerta y entraron cuatro militares más, tres jalando las camas sobre ruedas y el otro, con una tabla para notas. En forma distraída, giró su atención un momento hacia el militar con los documentos, dio instrucciones de dirigirse a la Cámara de Refrigeración y volvió su atención a los tres impertérritos... en forma incierta. Los tres militares salieron de la morgue e instantes después, regresaron con tres camas más, dirigiéndose a la congeladora.
-¿En que estaba?...-dijo el desconocido meditando un momento -¡Oh sí!... Buen día- dijo él tomando una posición marcial -Mi nombre es…- cuando estaba a punto de presentarse, entró El Jefe Márquez y al mirarlo, desvió su atención de los otros tres y sin decir algo más, se mantuvo en posición de “Firmes” y con un saludo militar, a lo que Márquez dijo:
-Descansen soldados… y no me llamen así, “me retiraron”, ahora soy un simple oficinista. Algunas veces, “se me sale” hablar así, pero no soy nada, un civil como cualquier persona, uno más.
-Sí, señor…- respondió el hombre frente a ellos demostrando respeto, a pesar de las ordenes y guardó silencio, regresó a La Plancha para continuar su trabajo e ignorando a “los civiles”.
 Entonces, Uriel se acercó al Jefe Márquez, se inclinó un poco para llegar a su oído, le susurro algunas palabras y entonces, El Jefe Márquez habló en voz alta:
-¡Soldados, pongan atención!- dijo El Jefe -Tenemos un asunto de Seguridad Nacional entre manos, también, tenemos la fortuna de contar con los mejores médicos en el ramo, pero debido a la premura. Se invadió su espacio personal y de trabajo, ahora lo único que podemos hacer para reparar el agravio, dentro de nuestras posibilidades, es retirarnos para dejarlos trabajar en su tarea, en su área, ofreciéndoles sin reparo, todo nuestro apoyo. Ahora, tienen diez minutos para colocar todo como lo encontraron, salir de aquí en silencio y dejar su número de contacto; mientras se lleve a cabo esta operación, los médicos y sus asistentes, gozaran del grado de Tenientes y Subtenientes en forma simbólica. Como saben, en absoluta secrecía. Ahora, ¡A trabajar!
-¡Si, señor!- respondieron todos los soldados sin hacer algún reparo.
-Ustedes cuatro…- concluyó Márquez -Acompáñenme…
.∙.

A decir verdad, los tres -Lidia, Carlos y Edgar- se sentían cohibidos, iniciando por Lidia y Edgar, pues era la primera ocasión que tenían contacto con él, sobre todo, no esperaban que gozara de esa jerarquía, Uriel, se mantuvo sereno, guardando la compostura y acomodándose con discreción en su asiento.
-Tranquilos- dijo El Jefe Márquez en tono sereno -“No cómo niños”, relájense.
En realidad, fueron segundos, pero por lo menos a Lidia y Edgar se les hicieron más qué días. En manera repentina, dio un fuerte golpe sobre su escritorio con la palma de la mano, qué a todos, incluso a Uriel, casi les hace dar un increíble salto y Carlos casi pega un grito, omitiéndolo de manera igual de tempestiva.

-Eso, ¡Nunca falla!- dijo El Jefe Márquez prescindiendo una carcajada pero a pesar de eso, esbozando una sonrisa que es verdad, a los cuatro se les pareció “mortal”. Aún sonriente, se puso en pie y caminó a el extremo opuesto del escritorio -Sé que no les importa, pero ¡Debieron ver sus caras!- de los cuatro, fue Lidia quien sonrió un poco, por “cortesía”, pero nada más. A pesar de la broma, ninguno de ellos resquebrajaba sus rostros casi pétreos               -Bueno… dejando a un lado “mis bromas de mal gusto”, les plantearé la situación en forma rápida, omitiendo mi trasfondo militar: hoy por la madrugada, se reportó el desafortunado encuentro de nueve cadáveres masculinos- realizó una breve pausa bebiendo un poco de agua en un vaso cercano y continuó -Recuerdo que hace varios años, cuando trabajaba en el desaparecido CISEN, ahora llamado CNI, pero al final, las siglas “son lo de menos”. El chiste, es que hace algunos años, ocurrió algo bastante similar y por situaciones obvias, éste hecho se guardó de la opinión pública, situación que nos vemos obligados a mantener en secrecía debido al trágico final de las víctimas; lo que solicito, es “que ahora sí”, le saquen provecho a las placas que les dimos hace algunos días y sobre todo, que cualquier informe, me lo entreguen directamente a mí, sé que esto les causara algún conflicto, pero no le dejen a nadie la información. Sí esto llega a saberse, nos causaría bastantes problemas y en determinado momento, incluso La Prensa estará sobre de ustedes y eso, no se lo deseo a nadie...
Recobrando un poco la compostura y dejando a un costado las malas bromas de El Jefe Márquez, fue Carlos quien se atrevió a hablar, pues sabía que ni Lidia o Edgar podrían decir algo importante y Uriel, parecía ensimismado en sus pensamientos.
-Sí, se la jaló, pero eso vale madre… en sí, por lo menos a mí, no me queda claro, ¿Qué tiene de raro una masacre en éste país? No es nuevo para nadie, por doloroso que resulte esta situación.
El Jefe Márquez pareció tragarse su propio vomito o esa impresión dio a todos los presentes, una vez tomando aire y fuerza de algún lugar, continúo:
-Sé qué en determinado momento, les sonara extraño y más, viniendo de una “Fuente Oficial”.
-No se preocupe- interrumpió Lidia con un intento de cortesía -En verdad, nada nos podría asustar o intimidar…
-No sé si esas palabras sean las adecuadas… pero de lo que sí estoy seguro, es de no buscar ese objetivo…- El Jefe Márquez guardo silencio un momento y por ese breve instante, pudieron escuchar sus respiraciones recorriendo sus tractos respiratorios, resultando en un momento embarazoso y un tanto surrealista, por exagerarlo un poco.
-No lo entiendo- Carlos decidió tomar la palabra -Explíquese, por favor.
Era notorio qué le costaba hilar sus argumentos y vio un leve gesto de malestar, más que nada, en los dos pasantes, sin saber qué tipo de experiencias “cargaban a sus hombros”, prejuzgándolos sin conocer siquiera, el trasfondo y por lo menos Lidia, había “visto fantasmas y hablado con ellos”, por decir lo menos y no hablar de sus superiores.
-Deje de dar vueltas- Carlos se animó a romper el incómodo silencio -En verdad, nada que podamos ver ahora, “nos sacara de onda”.
-Eso me parece bien- respondió El Jefe Márquez reprimiendo una sonrisa de satisfacción -Me queda claro que son profesionales… a pesar de sus problemas con el alcohol…- miró a Carlos y Uriel barriéndolos con la mirada, a la vez que con una sonrisa cómplice -A pesar de todo, me queda en claro su vocación…
-Entonces, ¿A que le teme? y sobre todo, ¿A que nos podríamos enfrentar?- Lidia se adelantó a cualquiera con sus preguntas -No tiene por qué marearnos.
-No tengo esa intención…- continuó hablando El Jefe Márquez -Sería fácil comentarlo… pero para mí no lo es…- el rostro pareciera por instantes deformarse en angustia:
.∙.

Es verdad, incluso hoy, cerca de cumplir cuarenta y cinco o más años del suceso, me causa emociones encontradas. Intentaré no dar demasiadas vueltas.
Cómo les comenté, hace más de treinta y cinco o cuarenta años de eso, a pesar de aún gozar de buena salud -situación que agradezco al Servicio de Seguridad Militar- pero, sobre todo, a la genética heredada de mi familia y el acondicionamiento físico del ejército. No tengo claro de que ocurrió en realidad. Hacía cerca de dos años que me había enrolado en el ejército y a pesar de eso, logré escalar en jerarquía de manera “apabullante”, situación que molestaba a bastantes, demasiadas personas; algunos días después de recibir el grado de Subteniente y ser asignado al Batallón de Fuerzas Especiales del Ejército, llegó nuestra primera tarea: encontrar y neutralizar a un presunto Asesino Serial.
Se presumía que no sería un trabajo complicado, más aún, permaneciendo ceca de instalaciones militares y trabajando en un “aparente estado de secrecía y máxima seguridad nacional”.
No tardamos más de dos días en llegar a encontrarnos “de frente” con el supuesto asesino, situación que también nos conflictuaba. Me explico… de manera bastante rápida, fueron cayendo los miembros del regimiento, uno a uno y en cuestión de dos días -tomando en cuenta que ninguno tuvo siquiera la oportunidad de desertar, tramitar su baja o algo similar- Es irónico que los cuerpos presentaran un “rictus de felicidad”, a pesar de haber fallecido de la manera más grotesca imaginada y carente de una gota de sangre en el organismo, como sí al momento de drenar hasta la última gota de sangre o arrancaran el musculo en vilo, experimentasen el más extremo placer o delectación…
Nuestro “entrenado escuadrón” resistió un día más, de veinticinco soldados armados y entrenados, quedábamos cinco en pie y me atrevo a decir, que fue por un ligero e ínfimo error burocrático para enviar refuerzos, pues a pesar de las condecoraciones y diversos reconocimientos, al final, éramos un grupo de “chamacos” que no pasaba de los veintitrés o veinticuatro años.
-¿Qué sería lo correcto de hacer?- preguntó uno de los hombres, quien por edad nos superaba por cuestión de días -En realidad, no tenemos alguna pista y al final, quedamos nosotros cinco- estábamos encerrados y asustados en la habitación de un hotel de paso en la Colonia Roma, edificio que después, caería en 1985.
-No lo sé- respondió otro soldado -Esperar refuerzos… supongo.
-Pues si- respondí también uniéndome al breve debate, en ese momento, llamaron a la puerta y entraron los dos que faltaban, los habíamos enviado a una tienda de abarrotes cercana, a pesar de todo, continuábamos siendo jóvenes.
Repartieron los “víveres” encargados y todos cenamos con gusto, pues a pesar de la situación, aún era extraño en esos años, encontrar ciertos productos, a lo máximo que llegamos a encontrar fue Nescafe y pan dulce, si acaso, un poco de leche -que no recuerdo el nombre de la marca... me parece que era Leche Condensada Nestle o algo así- Mientras cenábamos, a mí mismo me dio la impresión de ver por instantes breves, a una mujer que nos miraba desde la ventana, situación -en ese entonces- ridícula, pues nos encontrábamos a siete u ocho niveles de altura, a pesar de eso, tomemos en cuenta que por esos años, no existían edificios altos  y más aún, en zonas populares… en definitiva, eran otros tiempos y no han pasado cien años.
Terminamos la merienda en relativa calma y dos compañeros comenzaron a fumar sus Cigarros La Carmencita, hasta que después de varios minutos, vimos que había una mujer sentada -o esa impresión me dio- entre los dos e intercalando sus cuellos, como si estuviera en medio de una degustación. En su momento, no me percate del cómo o cuánto, tiempo había transcurrido, de alguna manera, hipnotizado por el aspecto de la persona sentada entre los dos compañeros inmóviles; era un individuo hermoso para decirlo de una manera más respetuosa, a día de hoy, podría compararlo con algunas de las fotografías tomadas a Gina Carano, en su mejor época como peleadora de artes marciales mixtas y con poca ropa, claro está, omitiendo cualquier tipo de edición de imagen y si, haciendo real la silueta del mismo, digo “él”, pues aunque no lo aparentara, era un hombre, sé que podría escucharse, incluso, “desviado” de mi parte, situación que a estas alturas no me preocupa y sé que en determinado momento, a ustedes tampoco les interesa, pero tomemos en cuenta los años en que estábamos. Siendo un poco más objetivo, si una persona se horrorizaba con el hecho de ser enviado al Palacio Negro, imaginen lo que podía ocurrir dentro de la milicia.
En ese momento, se puso en pie como permitiendo un breve instante de gozo, antes del fatídico final que nos presagiaba, dejando notar que su cuerpo como tal, estaba cubierto en gran parte, por una tela igual extraña, que parecía plegarse a sus movimientos y de la misma forma, se quedaba en un lugar específico, generando la ilusión de cambiar de color según el lugar y ubicación de quien mirara, incluso haciéndolo ver translucido, carente de un color en específico o una negrura abismal.
-Se terminó su tiempo- dijo en un tono similar al cantico de una soprano, como lo dije hace algunos momentos, no puedo definir la belleza de aquel individuo, mujer, hombre, criatura o sea cualquier otra cosa que sea. Estaba hipnotizado -tal cual- por el irreal aspecto de esa “persona” -por nombrarlo de alguna forma- sé que tampoco gozo de un lenguaje adecuado para referirme a esa criatura, hermosa y a la vez, maligna y repulsiva, pues más allá de mi percepción, me queda en claro que tal “cosa”, no podría existir de manera natural. Iniciando por su cabello que sí bien, no debiera gozar de mayor relevancia, a mí en lo personal, me causo un gran impacto, siendo de un color castaño rojizo, casi siendo rubio en algunos puntos en donde la luz se distorsionaba un poco, debido también a las horas que debían de estar cerca de la media noche y la luz natural; como lo comenté, la misma ropa parecía ser transparente en algunos puntos, a excepción del pantalón que aparentaba ser de una tela normal, pero que tampoco podría definir el tipo de material… El rostro, era más que nada, excéntrico, pues sí bien gozaba de “proporciones correctas”, se definía con unos marcados pómulos enmarcando las mejillas, nariz recta y a la vez, pequeña, labios “tal cual, con forma de corazón romo”, con una breve y hermosa división, que hacía su aspecto apetecible, como el manjar más suculento jamás imaginado por alguien cerca de sucumbir a la inanición. Fue entonces en que escuche un leve susurro:
Fuego!
En su momento, no reaccioné en “quien daba la orden”, ni tampoco en la modulación de la voz, sí el arma que tenía a disposición era la reglamentaria o algo ilegal, salida del Mercado Negro, lo único de lo que estoy seguro, es que esa arma salvo mi vida; a pesar de saberme victorioso, en el momento en que se detuvieron los disparos -tal vez por falta de munición- al momento en que miré como en un breve pestañeo a la criatura se transformarse en una espesa “nube” de humo gris y brillante, sentí un agudo dolor en la espalda baja… salió  “volando” de la habitación a gran velocidad, pasando sobre mi persona, difuminándose un instante a mi alrededor y rompiendo la ventana, al momento en que caí de espalda ¿Cómo o quien fue? No lo sé, pero supongo que deberíamos preguntar a quien fuera que recibió las descargas de los tres soldados que estábamos allí, pues al final, aún bajo la “lluvia de plomo”, no había siquiera un rastro de la víctima del tiroteo. Sé que éramos tres, pues de los dos más que deberían quedar, uno de ellos, el Teniente Armando Rosas, “fue quien nos despertó” en su último aliento.
Saldo total: treinta y dos finados en combate, tres heridos supervivientes y veinte bajas civiles.
Pasaron dos meses para que pudieran interrogarme en forma reglamentaria y casi diez años, para que pudiera caminar de nuevo, me dijeron los médicos especialistas, que ahora, pueden gozar de “Fe”, pues se supone que yo, no debía poder caminar, pues según ellos, el impacto que recibí, era similar a ser arrollado por un camión de carga de seis toneladas, repleto de arena. En realidad, no recuerdo nada más que lo que describí…  y la mirada de esa bella bestia de ojos azules, como el mar más profundo y a la vez, así de turbio.
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-Lo único que puedo decir es: Chale…- Carlos fue quien se aventuró a romper el incómodo silencio encerrado en aquella amplia habitación.
De alguna forma, como guardando respeto, nadie dijo nada hasta pasados algunos minutos y fue Edgar quien habló:
-No me mal interprete por favor- dijo mirando a los otros tres como buscando su aprobación para hablar -Se escucha disparatado e irreal…
-Sí, lo sé, por lo mismo les llamé a ustedes…- respondió El Jefe Márquez -Dejando a un lado las aficiones que ustedes tengan… consideré más prudente platicarlo en forma directa con ustedes.
-Gracias…- dijo Carlos acompañado de un breve consentimiento con la cabeza, realizado por Lidia y Uriel quienes guardaron silencio.
-¿Puede proporcionarnos algún dato físico y comentarnos que ocurrió con los otros dos? más que nada ¿Puede proporcionarnos alguna forma de localizarlos?- Edgar se notaba “emocionado” ante la situación, que era obvio, incomodaba a los otros cuatro presentes, sin decir nada más, Márquez se puso en pie, tomó una carpeta un tanto antigua de un mueble cercano y se la dio al mismo, éste pareciera “devorar” su contenido en forma veloz.
-Así como se ve, éste informe pareciera una ficción- dijo Edgar al concluir de revisar el viejo archivo.
-Eso me queda claro…- respondió El Jefe Márquez con una expresión extraña en él, dibujando una sonrisa de horror, sarcasmo, ironía y a la vez, de burla -Lo único que puedo decir en mi defensa ante lo dicho, es que nada de lo vertido en “un informe oficial de secreto militar”, jamás, nunca, contendrá alguna mentira y al final, les comparto esto por mera cortesía... más que nada, por la cierta “estima” que les guardo al formar parte de mi equipo de trabajo. En cuanto a los sobrevivientes, soy el único que sobrevive, uno de ellos se suicidó algunos meses después y El Teniente Pasos Soto, falleció hace cinco años.
En ese momento y recuperando el talante que lo caracterizaba, invitó con cortesía, a salir de la oficina a los dos médicos y sus ayudantes.
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Los cuatro salieron de la oficina sin decir una palabra, aunque los tres psicopompos mantenían una expresión de preocupación, era Edgar quien se mostraba alegre, por decir lo menos.
-Se escucha como un mal viaje con LSD- dijo Edgar intentando romper el incómodo silencio que los envolvía, arrancando una ligera sonrisa a sus tres acompañantes -Es como si fuera un muy, muy, pero muy mal relato de E. L. James revuelto con cualquier bodrio de Stephenie Meyer.
Entraron a su respectivo lugar de trabajo con una sonrisa y aun sin perder el ánimo dijo Carlos entre risas:
-No seas culero, ¿Por qué insultas a “las maravillosas gurús” de El Flaco?
Vete a la verga!- respondió Uriel mientras entraba al baño con urgencia.
Mientras acomodaba su material de trabajo sobre la mesa, dijo Lidia:
-No soy seguidora del trabajo de las escritoras que comentaste… como Uriel…
-Escuché eso, pinche chamaca- se escuchó la queja de Uriel desde el pequeño cuarto con amplia y notoria resonancia, a lo que Lidia sonrió un poco más y continuó:
-Más allá de que nos agrade o no su trabajo, debemos ser un poco más tolerantes.
-Sí, entiendo por ese lado…- dijo Carlos mientras se ponía la bata de trabajo y momentos después, se dirigía a La Muertera -Es molesto escuchar a tantas personas hablando de un libro que se supone, “es innovador”, pero te aburres después de leer quince páginas y de próximo a hacerlo, te quedas con “un enorme trozo de papel de baño”.
Pásame unas páginas de Twiligth, ya no hay papel!- se escuchó de nuevo Uriel desde el cuarto de baño, a lo que Carlos y Edgar, no pudieron omitir más sus escandalosas carcajadas.
-Siendo más que objetiva y utilizando su lenguaje soez…- Lidia hizo una leve pausa “tragando saliva” como para plasmar su idea, lanzó un profundo y sonoro suspiro -… Siendo “Ojetiva”…- se detuvo un instante como reprendiéndose a sí misma y continuó su dialogo mientras acomodaba los aditamentos laborales -Ofrezco una disculpa por mi lenguaje- ninguno de los dos hizo algún comentario, escuchándose en el fondo un fuerte y estruendoso gas que se disfrazó también, con las risotadas de Carlos y Edgar, aun manteniendo cierta seriedad y resistiendo la risa ante la situación, Lidia continuó al borde de la histeria de hilaridad y masajeándose el vientre bajo -No defenderé lo indefendible, es verdad que comparado con Dracula de Bram Stocker, El Vampiro de John William Pollidori o las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, “no le llegan siquiera a los talones” en cuestión de gramática o lenguaje- resistiendo un ataque de risa, se esforzó en continuar -Lo que es verdad… es…- por alguna extraña razón, parecía buscar con desespero una salida de aquel lugar -Les debemos… el haber… acercado a los… jóvenes a… la… lectura… un…poco… sea buena o mala… literatura…- no pudo resistir más y salió corriendo a un baño cercano a punto de orinar.
Carlos y Edgar, rieron con sobrada alegría.
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Un poco más relajados y después de satisfacer sus necesidades, cual reloj suizo, regresaron a sus mesas de trabajo con una sonrisa, pero guardando silencio al sacar Edgar y Uriel, los cadáveres a analizar.
-Pinche Gordo cabrón…- dijo Uriel sujetando la última bolsa que contenía los cuerpos        -Para la otra, tú nos vas a ayudar- con visible molestia, más que fatiga, Edgar y Uriel acomodaron el ultimo cadáver sobre la camilla.
-Si… aja… lo que digas…- fue la respuesta de Carlos mientras revisaba una Arteria Carótida -Pendejo
Uriel miró a Carlos un tanto decepcionado y poniéndose en contexto de “estar saturados de trabajo”, no continúo con su réplica y se concentró en otro cadáver.
Al final, en realidad tenían demasiado trabajo, tanto que incluso pidieron “apoyo manual” a Lidia al momento de sacar los cuerpos y de alguna manera, les resultó incluso “repulsivo” el sexto cuerpo, el que estaba en pedazos y no había excusa alguna, al igual que los demás cadáveres, no tenía siquiera una gota de sangre, se podría decir que fueron “drenados hasta el tuétano”, pues ni siquiera en la médula ósea, se podía encontrar siquiera, algún rastro de dicho líquido vital.
Tiempo después de hurgar entre las carnes del cadáver putrefacto, Carlos encontró por fin, lo que daba el aspecto de ser una huella dactilar, en un lugar inesperado: en el perineo. Claro está, después de buscar y armar el cuerpo. En ese momento, Carlos estaba solo, habían pasado tres días y era obvio que necesitaban dormir, Uriel fue a su casa, Alan y Lidia se quedaron en un hotel cercano, aparte de eso, estaban cerca de cerrarse las tres de la mañana. Ensimismado en su trabajo, no se percató de nada más que los esperados resultados, no prestó atención a sonido alguno aparte de la computadora frente a él, se dejó caer sobre el incómodo asiento del escritorio y sucumbió al sueño.