El
tiempo, no puedo volverlo atrás,
no
estoy viviendo en el pasado.
Aire,
no es mi primer aliento,
¿Por
qué nadie me dice que estoy loco?
Pain-Monster
Por fortuna estoy
muerto y ya no puedo sentir arcadas en el estómago, ni vomitar con sensación de
chile habanero en los intestinos, pues de algunos años para acá, todo lo
relacionado a No-Muertos gira en torno a un romance rancio entre gays
autocensurados de ambos sexos o novelas con ese tinte y peor redacción,
dirigida a un público de clase media alta que siente devorar un libro inmenso
plagado de creatividad cuando no es más que diseño editorial, psicología y
publicidad qué podría calificarse sin reparo como fraudulenta.
Por experiencia
propia, puedo asegurar que lo más cercano a lo que en realidad existe, son los
libros RPG de Rein-Hagen con un poco de la versión presentada en
la serie televisiva Supernatural… aunque Rice y Stoker también
“tienen lo suyo”. Como tampoco es la
intención hacer una crítica sobre literatura vampírica que de antemano concluyo
resultara estéril y bastante cuestionable, me daré a la tarea de relatar una
historia sobre muertos sin reposo y lo que llegamos a No-Vivir,
perseguidos en nuestra frágil eternidad y a la vez, luchando por la supervivencia,
hambrientos, más bien famélicos y con el peso de saber que a cada noche
cobramos una vida. Rein-Hagen, Iron Maiden y El Barón Rojo dijeron
una verdad: somos Hijos de Caín, Hijos de los Malditos, una verdad entre
miles de mentiras.
Esa historia ya se
ha contado y no tiene ningún caso transcribirla o aclarar errores; sé que esto
puede llegar a parecer una mala copia de Interview With The Vampire,
sólo les platicaré un poco de como me ha tocado No-Vivirlo a mí, León
Montero. No es que me enorgullezca de todo lo que hice antes de 1926 pero
tampoco me arrepiento de ello. Me tocó vivir -no en forma directa- la resaca de
la Revolución Mexicana de 1910, mi
familia fue de aquellas beneficiadas con el triunfo del pueblo y yo, un joven
neo-burgués con intención de sobresalir en la política nacional para llevar a
cada quien lo que le correspondía, es obvio que esto “de dientes para afuera”
pues mientras estudiaba en la universidad o en costosas clases privadas, la
gente moría de hambre en el campo o se rebelaba contra todo, inspirados por el
estandarte de Villa o Zapata, instigados por aquel gobierno
“Revolucionario” qué sólo preparaba el terreno para los beneficios venideros.
Yo fui uno de
esos.
.·.
Aún recuerdo que
apenas con doce años -en ese tiempo ya se era considerado un hombre- acompañé a
mí padre Juan José Montero Rivas a comprar algunas cosas a la ciudad y a
conocer la antigua Catedral Metropolitana, así como empeñar algunas
piezas de joyería en El Nacional Monte de Piedad para
cubrir algunos gastos. A pesar de nuestra forma de vida que podría considerarse
corrupta y depravada -pues mi padre no fue un santo en lo absoluto- éramos
gente bastante devota a la Iglesia Católica y con una fe inamovible. Tal como
lo teníamos programado, llegamos a escuchar la misa a las 7:00 a.m. y salimos
de allí una hora y media después para tomar un carruaje que nos condujera a la
estación del tren para regresar a casa y llegar a Tlaxcala por la tarde,
antes del anochecer; fue un día fresco, para ser exacto, 9 de Febrero de 1913. Aun
conviviendo a diario con la bélica actitud revolucionaria de los campesinos,
estando familiarizado con las armas de fuego y el filo de los machetes -con
alguna que otra escaramuza que por lo regular resultaba letal para alguno de
los involucrados- nos llamó la atención ver un organizado despliegue de las
precarias fuerzas armadas, colocándose en puntos específicos y gritando ordenes
hacia todos lados que eran obedecidas por otros tantos “gendarmes” y al igual
que nosotros, otros más se quedaron viendo algo que se consideraba
sobresaliente. Entonces, todo inició:
Las puertas y rejas
de la catedral se cerraron y los militares comenzaron a disparar en contra de
todo lo que se moviera; mi padre y yo sólo nos percatamos de lo que en verdad
ocurría al ver desplomarse a una joven mujer frente a nosotros con la cabeza
reventada. Mi padre me tomó de la mano para jalarme e iniciar una loca carrera
buscando salvar nuestras vidas, logrando evadir el tiroteo al entrar en la
calle de Plateros, pero a pesar de eso, no paramos de correr hasta
llegar a San Juan de Letrán con las piernas adoloridas y el pecho a
punto de reventar. Una vez asegurados de estar completos, caminamos por la Alameda
Central hasta llegar a una fuente cerca de donde se situó El Teatro Nacional, allí pudimos
lavarnos un poco de la sangre que había salpicado de aquella mujer, de la cual
ni siquiera vi el rostro, pero que fragmentos de su cerebro estaban esparcidos
por mi ropa incluso en pedazos grandes, así como sangre de algunos heridos o
muertos que tampoco miré en la huida.
Quise llorar pero
como lo dije antes, ya era un hombre y “Los Hombres No Lloran”, menos aún frente a su padre. Regresamos a casa
casi al anochecer; por ese entonces nunca hubiera imaginado que ese día sería
recordado en la historia como el inicio de la llamada Decena Trágica;
esa fecha tampoco fue olvidada por los tres niños que mandé levantar de sus
camas y obligué a ser el desahogo del terror vivido, disimulado en un fuete
para caballo y castigos inventados por cosas que no hicieron, secando sus
heridas y las ampollas de mis manos con Mezcal. Esos niños eran más
pequeños que yo por varios años; puedo jurar que casi eran lactantes, pero
aquella sensación de poder vivida al momento de someterlos, se volvió en mí una
especie de adicción casi incontenible. Para evitar mayores problemas o el que
sus padres o hermanos intentasen alguna especie de venganza en mi contra o de
mi familia, los amenazaba con despedir a sus padres, dejarlos sin techo o
aumentar los intereses de aquellos que estaban endeudados con mi padre ¡Bendita
Tienda de Raya! Tenía la ventaja de que La Revolución no había sido tan
influyente en esa zona, logrando con el transcurso de los años, convertirme en
el tirano absoluto de la hacienda.
Cuando cumplí
catorce años, mi padre se empeñó en que continuara con los estudios de
política, leyes y administración enviándome a la Universidad Nacional de
México, asegurando mi ingreso para estudiar Leyes, situación volátil en el
territorio nacional. No me mostré del todo convencido para ir pues eso
representaba abandonar mi “pequeño reino” y someterme a las leyes de la ciudad.
Para ese entonces
había aprendido a hablar francés e italiano y como pueden imaginar, uno de mis
autores predilectos era el Marqués de Sade, del cual ignoraba con cinismo
cualquier mensaje real en sus escritos, sólo concentrándome al dominio de mis
semejantes más débiles. Por ese entonces ya era un pequeño monstruo, podría ser
más descriptivo en cuanto a mis actividades y experimentos con el dolor ajeno
sin dejar heridas visibles pero eso, lo dejo a la imaginación; sólo diré que
algunos de esos niños no crecieron a plenitud, ni fueron felices ¿Qué tan cruel
puede llegar a ser un niño con poder adquisitivo en pleno desarrollo hormonal?
.·.
Comenzó a
estabilizarse la economía del país; nuestro rancho obtuvo un amplio crecimiento
tanto en venta de productos ganaderos como en extensión de territorio. Regresé
seis años después con algunos ahorros de la pensión otorgada por mí familia,
con una gran cantidad de contactos dentro del nuevo sistema gracias al haber
estudiado juntó a hijos de políticos que buscaban una “Nueva Opción Democrática”
y terminar con las oleadas de violencia que se gestaban en todo el territorio
nacional; sin dudarlo, comencé a familiarizarme con éstos círculos ansiosos de simpatizantes
y para los cuales un abogado titulado y de familia adinerada, era un excelente
recluta.
El periodo que
viví en la ciudad siendo un estudiante universitario tuvo sus momentos gratos
pues cuando no había tanta presión académica, visitaba los burdeles
clandestinos de la ciudad y por algunas monedas extra, podía satisfacer mis
“necesidades”.
Una de las
anécdotas que recuerdo con cierta -recapacitando, concluyo que en verdad es nula-
nostalgia, es haber conocido a María Guadalupe -nunca le pregunté sus
apellidos- ella fue mí puta favorita, cuando la comencé a frecuentar,
ella ya tenía una amplia trayectoria recorrida, digna de considerar en los
prostíbulos de la ciudad y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por un poco
de dinero extra. Lupe -como la llamábamos- era una mujer bajita y morena
que había escapado de su pueblo natal en algún lugar de Jalisco, pues
había sido comprometida en matrimonio por su padre a un anciano decrepito a
cambio de liquidar las deudas familiares con él. Ella tenía ideas demasiado
avanzadas y libertarias para la época en la que vivíamos, pues soñaba con
encontrar en la ciudad una manera de estudiar para convertirse en escritora y
poeta, para de ésta forma obtener tarde o temprano una independencia absoluta
de los hombres; siendo mujer y de esa edad, en esa época era extraño en extremo
que supiera leer y escribir; alguna vez llegué a leer alguno de sus manuscritos
y para ser sincero, tenía una caligrafía hermosa, ella hubiera sido la nueva Sor
Juana. Me platicaba todo esto cuando terminaba su trabajo y sí lograba
articular alguna palabra; era toda una profesional pues no guardaba ningún
resentimiento hacia mí por el daño ocasionado y yo, lo retribuía con un poco de
dinero extra al liquidar lo acordado. No la culpo, a Lupe le gustaban las mujeres
y se acostaba con hombres sólo por dinero. Muchas de las mujeres que trabajaban
en los burdeles eran lesbianas y se mantenían ocultas entre las sombras del
burdel sin temor a expresar su amor entre ellas.
La última noche
que estuve con Lupe, lucía hermosa: una larga trenza negra bien amarrada y
decorada por listones rojos, bajaba sobre su espalda enmarcada por un
provocativo escote que dejaba ver la suavidad de su espalda morena surcada por
los azotes a los que fue sometida en la niñez, pero que en ningún momento
mitigaban sólo un poco la sensualidad precoz y madurada con abrupta manera en
su bajita persona. Hubiera sido capaz de reconocer esa espalda en cualquier
lugar. Platicaba con otras prostitutas a un costado de la barra de aquélla
cantina clandestina y me acerqué con discreción para tomarla por la cintura.
Como sí ella también reconociera mi tacto, correspondió sujetándome ambas manos
con las suyas y subiéndolas despacio hasta sus senos, que no eran voluptuosos,
tampoco pequeños, más bien, de tamaño perfecto. Volvió el rostro con una
sonrisa y dijo:
-Te estaba
esperando-
-¿Lo dices por
compromiso o es verdad?- respondí en un susurro a su oído mientras comenzaba a
besarle el cuello.
-Lo digo de
verdad, sabes que eres mi cliente favorito- su voz era dulce y melódica -Tengo
un regalo para ti-
-¿En verdad?-
pregunté extrañado -¿A qué se debe el gesto?-
-Te lo platicaré
en privado- hizo una seña al cantinero, éste sonrió y sacó una botella de abajo
de la barra, la puso frente a nosotros -Hoy tengo un gran motivo para festejar-
Con extrañeza miré
la botella y debo decir también, que la vi con temor.
-¿Compraste una
botella de Absenta?-
-Si, es el elixir
de los poetas y quiero beberla contigo-
-¿Y por qué
conmigo?-
-Por qué, aparte
de ser mí mejor cliente, eres mi amigo. Créeme que sí en verdad disfrutara
compartir la intimidad con hombres, no te cobraría un sólo centavo-
Tomó la botella en
una mano y dos vasos con medida de una onza al fondo; el cantinero sacó dos
cucharas perforadas, una tetera y un saquillo con terrones de azúcar de caña,
los cuales tomé para subir a una habitación, no sin antes pagar la cuota
respectiva.
-¿No prefieres un
buen Tequila?- pregunté mientras
subíamos por la vieja escalera de madera carcomida por las polillas dentro de
aquella casona vieja en el centro de la ciudad.
Entramos a una de
las habitaciones apenas iluminada por un quinqué de petróleo -la que por lo
regular se nos asignaba y en donde tenía guardadas “mis herramientas”- La
mortecina luz daba un aspecto discreto a la rustica decoración y a mí bien
querida Lupe, quien ante la iluminación intermitente resaltaba sus hermosos
ojos aún más y su pequeña figura esbelta, parecía enorme y majestuosa. Sobra
describir la impresión que me causó verla despojarse de sus ropas con lentitud;
en su agraciada desnudez se dio tiempo para acomodar una mesita, servir los
vasos y destapar la botella que dio un sonoro chasquido. Cuando se inclinó un
poco para realizar la actividad, me quedé paralizado al contemplar la silueta
de apariencia frágil pero de alma indomable. No necesitaba conocerla a detalle,
no necesitaba saber qué era lo que pensaba o sentía, la necesitaba a ella, todo
su ser y en mi egoísta perspectiva de la vida, ni siquiera me importaba qué no
gustara de los hombres.
-Cásate conmigo-
dije.
Ella volvió la
mirada sonriente, preparó las bebidas que tomaron un color lechoso; cuando
cayeron unas yerbas en el recipiente, ella sacó una ramita y comenzó a
masticarla; tomó los trocitos de su boca y recitó en un susurro que casi sonó
melódico:
¿Dónde está aquello?
Todo mundo habla de ello,
sigo buscando y no lo veo
¿En mi estará perdido?
¿Perdido de mí,
nunca habiéndolo obtenido?
Quien lo tuvo, de su corazón escapó
o la cordura le rompió.
Ya sea por mentiras piadosas
o crueles arrebatos,
ya sea por desilusión
o con simpleza, por estar enamorado.
¿Como perder lo que nunca se tuvo?
-¿Cuándo lo
escribiste?- pregunté extrañado mientras envolvía mis manos con grandes tiras
de manta.
-Hace dos semanas,
el día que me dejaste inconsciente- respondió con absoluta paciencia y sin un
atisbo de resentimiento en su voz -Lo pensé cuando me despertó mi mujer. Ese día me dejaste bastante
lastimada-
-¿A qué te
refieres con “tú mujer”?- pregunté con sincera extrañeza y he de admitir que
con celos.
-Hace algunas
semanas llegó al burdel una muchacha que también escapó de su casa bajo
circunstancias bastante similares a las mías, hubo buen entendimiento y ahora
somos “novias”-
-Me alegra que
hayas encontrado a alguien con quien compartir tu vida- respondí tímido -Sera difícil hacer una vida fuera de aquí-
-¿Difícil? No seas
ingenuo- me dijo con una sonrisa sarcástica -¡Eso será imposible! No sólo por
qué somos mujeres, también porque está en contra de las “Leyes de Dios”-
-Pues esté en
contra de quien sea, sabes que te apoyaré hasta el final- entonces me mordí la
lengua con una especie de remordimiento de conciencia.
-No seas cursi-
dijo con gesto serio -Mejor vamos a emborracharnos, mañana me largo de aquí; no
tengo idea de a dónde ir pero me iré con ella lejos de aquí y no pienso
regresar, tampoco seguiré trabajando de puta. Sabes que me repugnan los
hombres- entonces comenzó a buscar bajo la cama y sacó una larga caja de
madera.
-¿Qué es eso?-
pregunté curioso y los ojos casi se me salen de las cuencas al mirar el
contenido:
Una carabina Winchester
30-30 nueva y con gran cantidad de munición rodando entre el aserrín que
cubría el fondo de la caja. Lupe tomó dos balas, recortó y me apuntó al rostro.
-Voy a volverme
forajida y robaré bancos. Sé como utilizar éste aparato, “mi mujer” y yo sabemos
montar; mañana compraremos dos caballos, tengo dinero suficiente para vivir
algún tiempo…- dijo bajando el arma, aún se sentía extraña dirigiéndose a la
susodicha.
-Llámala entonces-
respondí con una sonrisa -Quiero conocerla, pagaré la noche a ella también-
-¡No, a ella no la
vas a lastimar!- respondió levantando el arma de nuevo, apuntándome con la mirada firme y decidida.
-Lupe, no digas
tonterías, ésta noche no haremos nada, te pagaré como sí hiciéramos lo habitual,
pero no haremos nada- dije en tono apaciguador -Ésta noche debemos festejar la
libertad y el amor- tomé mi vaso con Absenta y bebí el contenido de un trago,
tosí un poco y carraspee la garganta -Ve a buscarla, pediré otro vaso al
cantinero-
-Gracias- me dijo
bajando el arma -Dios te lo pagará-
¿Como se atrevía?
Todo su ser estaba fuera de la Gracia del Señor y aun así, se daba el lujo de
bendecirme en su nombre. Me sentí furioso pero sonreí al mirarla dejar el fusil
en la caja y ponerse el vestido otra vez para bajar a buscar a “Su Mujer”, salí
atrás de ella para ir con el cantinero. No podía quitarme de la cabeza la
blasfemia a pesar de estar consciente de la hipocresía de sólo recordar a mi
Dios cuando alguien lo mencionaba; no me persigne al reaccionar en la
naturaleza del lugar en el que me encontraba.
Pedí el vaso y
regresé a la habitación; cuando ellas entraron de nuevo, ya había llenado los
tres recipientes con licor de ajenjo. Al mirar a “la mujer” de Lupe conocí la
envidia, el único pecado que me faltaba por cometer:
-Ella es Marcela-
me dijo Lupe con una sonrisa boba al momento qué cerraba la puerta tras ellas.
Quedé mudo y no
supe responder a la presentación, ni al elegante saludo con el delgado brazo
extendido enguantado en blanco. Esa joven mujer, en definitiva provenía de
buena cuna y debieron ser circunstancias terribles las que la arrastraron a ese
lugar. Era de piel tan blanca como la leche, ojos esmeraldas y cabello tan rojo
como carbón ardiente, más alta de lo habitual, pues casi me llegaba a la nariz
y lo ancho de su cadera se notaba incluso bajo el ampón vestido que utilizaba,
llevaba sólo el corsé que por un momento imaginé demasiado ajustado, pero mi
sorpresa fue mayor al percatarme de que los cordones para ajustarlo colgaban a
un costado sin estar sujetos y los enormes senos, lucían firmes y llamativos
bajo el escote obligado por la costura de la prenda. Aún hoy, me continua
torturando su recuerdo, pues en ella se mitigaron todos mis bajos instintos sin
siquiera ponerle un dedo encima y mis apetitos de dominio se apaciguaron al
escuchar su respiración, ante la cual me sometí. Bebí mi trago para llenar el
vaso otra vez, antes de responder al saludo con mueca estúpida, mientras Lupe
reía a un costado al notar mi expresión; después del bochornoso momento,
acerqué dos sillas y las invité a tomar asiento.
Bebimos las copas
e iniciamos una conversación armónica y fluida sobre un sinnúmero de temas,
pues Marcela también era una mujer instruida. Platicó sobre su origen, de como
ella vivió en un rancho lejano en Zacatecas y sus padres eran una acaudalada
familia de franceses -¿o irlandeses?- que vieron un futuro próspero en México
dedicándose a la industria minera, pero que trataban a los obreros como sí de
esclavos se tratara. Ella, inspirada por autores revolucionarios como Montesquieu,
Rousseau y Voltaire entre otros, decidió romper las cadenas de la
moral familiar y buscar su propio camino en un país extraño, con el marcado
estigma de ser una mujer hermosa que repudiaba cualquier relación con varones
debido a una experiencia desafortunada durante la infancia, en algún encuentro ingrato
con bandoleros. Lupe y Marcela tenían una ventaja en el oficio que desempeñaban
y del cual pensaban retirarse, ambas eran estériles. La primera debido a su
complexión y una malformación física, la segunda por una lesión gestada durante
la violación. Ni siquiera escuchar sus desgracias o disparatados sueños de fuga
me sacaba de la mente lo que consideraba un insulto al Dios en el cual presumía
creer con fervor desmedido.
Algunas horas
después, la botella de Absenta había bajado a más de la mitad y los tres
estábamos ya bastante ebrios, cantando corridos revolucionarios y deliberando
tonterías sin sentido, cuando ambas fijaron la mirada una en otra; esas dos
mujeres se amaban y de eso no me queda alguna duda, entonces comenzaron a
acariciarse el rostro con ternura y se dieron un beso que en cuestión de
instantes, dejó su matiz original para convertirse en pasión desenfrenada; sin
pensarlo, estiré la mano, saqué el fusil de la caja de madera y sin
miramientos, disparé sin que se dieran cuenta de lo que les había ocurrido. El
bullicio del salón de baile apagó el ruido de las detonaciones y mis ímpetus
etílicos… pero no mi hipocresía.
-Que Dios las
perdone- dije en un susurro antes de guardar el arma en la caja, tomar una hoja
de papel de los manuscritos de Lupe y escribir un letrero que decía en letras
mayúsculas “Putas Lesbianas”; coloqué el papel sobre el pecho de Marcela
y salí del burdel como sí nada hubiese ocurrido, con la larga caja del arma
bajo el brazo; nunca supe lo que Lupe me iba a regalar. Había pagado las
cuentas antes de subir y eso no me importaba, tampoco el hecho de que me
buscaran las autoridades, pues nadie se preocuparía por la muerte de dos
prostitutas ni perseguirían a un hombre influyente como yo; con lo que no
contaba, ensoberbecido por mi posición social, era que el espíritu de esas dos
prostitutas enamoradas me perseguirían a partir de esa noche, arrastrándome en
terribles pesadillas y situaciones aún más siniestras.
.·.
Pocos días después
regresé a casa de mis padres. Fui recibido por ellos y mis dos hermanas con
alegría, una excelente comida y felicitaciones al por mayor, pero la
tranquilidad de estar en el hogar no mitigaba un poco la sensación de ser
perseguido y observado, tampoco los sueños perturbadores que me acechaban
durante las horas de descanso.
A pesar de siempre
haber mantenido una alimentación abundante y nutritiva, comencé a bajar de peso
y perder masa muscular con exagerada velocidad. Preocupada, mi madre no dudó en
llamar a un sacerdote para que me diera su bendición, a lo cual no me opuse de
ninguna manera. Como sí la fe de aquel clérigo fuese en extremo fuerte, las pesadillas
se fueron esa noche y mi vida comenzó a reactivarse con ímpetu práctico, pero en
el fondo de mí, el recuerdo de haber sesgado la vida de aquellas mujeres que
aunque fuera en contra de mí moral, buscaban salir adelante en un mundo hostil,
con la fuerza del amor que se profesaban una a otra.
No comprendí por
esos tiempos por qué el recuerdo de haber matado a esas mujeres me perturbaba
tanto, tal vez fue por haberlas asesinado a sangre fría y haberme quedado con
el deseo reprimido de poseer a Marcela o por la aberrante estima que le tenía a
Lupe. Tal vez fue el hecho de perder el respeto a la vida, la mía por principio,
al sentirme más poderoso y fuerte que cualquier otro ser humano que cruzara por
mi camino. El problema de esa ocasión fue que yo era un joven hipócrita y
remilgado, aparte de perverso y depravado, que se sintió incómodo al saber que
arrebató una vida por primera vez y como era la costumbre inculcada por mí familia,
busqué someter a mí conciencia con espiritualidad falsa, comencé a frecuentar
cada vez más la iglesia en donde me encontré a viejos amigos de la infancia y
conocí nuevas personas, bastantes de ellos, adinerados hacendados o empresarios
ambiciosos y prominentes, tan ambiciosos y pervertidos como yo, tal vez más;
cuando reaccioné en lo que me ocurría, estaba en una reunión repitiendo algo
así:
En presencia
del Todopoderoso Dios, de la bienaventurada Virgen María, del bienaventurado
San Juan Bautista, de los Santos Apóstoles, de San Pedro y San Pablo, de todos
los Santos, sagradas huestes del cielo y de ti, mi Santísimo Padre, el Superior
general de la Sociedad de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola, en el
pontificado de Pablo III. Continuado hasta el presente por el vientre de la
Virgen María, la matriz de Dios y el cayado de Jesucristo, declaro y juro que
su santidad el Papa es vice-regente de Cristo, que es la única y verdadera
cabeza de la Iglesia Católica Universal en toda la tierra; que tiene en virtud
las llaves para atar y desatar, dadas a Su Santidad por mi salvador Jesucristo,
tiene poder para deponer reyes herejes, príncipes, estados, comunidades y
gobiernos y destruirlos sin perjuicio alguno.
Por lo tanto, con
todas mis fuerzas, defenderé ésta doctrina y los derechos y costumbres de su
Santidad contra todos los usurpadores heréticos o autoridades protestantes, en especial
de la Luterana de Alemania, Holanda, Dinamarca, Suecia y Noruega y ahora de la
pretendida Autoridad e Iglesia de Inglaterra, Escocia y de las ramas de la
misma, establecidas en Irlanda, en el continente Americano y de todos los
adherentes a quienes se considera como herejes y usurpadores enemigos de la
Santa Iglesia Romana…
No recuerdo en
éste momento más sobre eso, aparte de que soy hombre de palabra y no faltaré a
mis juramentos de discreción; sólo diré que en ese momento, todo aquello me
pareció bien y por fin tenía un motivo para seguir adelante: incrementar la
reputación de mí familia y purgar mis remordimientos de conciencia, siguiendo
una cruzada espiritual distorsionada con las acciones de mis “Nuevos Hermanos”.
Me coloqué en una excelente
posición social e hice dinero en exceso -en aquel entonces el peso valía
un poco más- Mi carrera política y comercial iba elevándose con velocidad; pero
entonces todo cambió, los años habían pasado rápido y debía cerrar filas con mis
“Hermanos”. Para ese entonces, era un excelente tirador y jinete, mi arma
predilecta seguía siendo la Winchester 30-30 que había “robado” de aquellas dos
desafortunadas y uno de mis pasatiempos favoritos era darle mantenimiento. Como
sí hubiese sido temporal, mi afición por el sadismo se disipó, sustituida por
una ferviente devoción a mis Hermanos “Caballeros” y la ambición por el dinero.
El gobierno de ese entonces -parece que en estos días también- fue bastante
benevolente con la gente pudiente y era obvio el favoritismo -parece que en estos días también- y como
sí el destino me sonriera ante el intento de purgar mis remordimientos, estaba
declarado y anunciado que yo ocuparía la presidencia del estado de Tlaxcala,
pero el destino tenía otros planes para mí y no se encontraban en la alta
política; cuando llegó el año de 1926, recibí ordenes de un superior de mi
discreta congregación por medio de una carta. El documento estaba redactado con
una caligrafía perfecta y membrete con un escudo de armas al estilo medieval:
una Cruz de Paté con bordes amarillos y coloreada en su interior con
rojo y blanco, por encima se distinguían también un ancla marinera disimulando
una Cruz Ancorada, otra más velada en una espada, una alabarda y un
mástil de barco con las letras “K” y “C”. La misiva estaba
firmada por el legendario abogado y profesor James A. Flaherty.
En tal documento
se me encomendaba a participar en la lucha armada contra de la represión
religiosa iniciada por el presidente Plutarco Elías Calles y que en
consecuencia, me llevó a participar en los campos de batalla. Sí los militares
tenían al General Mondragón, Los Cristeros me tenían a mí.
Se iniciaron las
escaramuzas y conforme pasaba el tiempo, se hacían cada vez más sangrientas
transformándose en auténticas batallas y esto llamó la atención de los
depredadores, como un tiburón huele la sangre a grandes distancias.
Una noche de tantas
estábamos refugiados en una vieja iglesia no lejos de la hacienda de mí
familia, no estábamos refugiados, estábamos atrincherados; preparábamos
provisiones con ayuda de algunas mujeres del poblado y varios explosivos
caseros bastante rústicos. Fue una tarde trágica, el cuerpo guerrillero bajo mí
mando, inició con doscientos hombres fuertes y valientes dispuestos a morir en
nombre del Dios al que veneraban y bastantes lo hicieron pues al terminar la
masacre -sería exageración decir que fue una batalla- sólo regresamos veinte
hombres. Bastantes de los caídos -por no decir todos- salieron a pelear con sus
machetes de trabajo, sí acaso con alguna escopeta vieja, recuerdo de la
Revolución de hacía apenas pocos años, dejando desamparados a sus hijos, esposas
o padres con la esperanza de ganarse el cielo.
Comenzaba a
oscurecer cuando uno de los muchachos más jóvenes se acercó a mí y dijo:
-Señor Montero
¿Qué vamos a hacer? Casi todos los hombres murieron allá afuera, no nos quedan
muchas municiones y quince de los veinte que regresamos, “se están rajando”-
era tal su seriedad e ímpetu al hablar, que casi me hace levantar una vez más
mí escopeta para salir otra vez a pelear -Sé que moriremos ésta noche pues
ellos tienen armas, son demasiados y no conocen la piedad… pero no tengo miedo.
Sí muero ésta noche sé que Dios me recibirá en el cielo con un gran banquete-
fue entonces cuando reaccioné en las facciones aniñadas de su rostro y pregunté
con acritud que disimulaba el miedo:
-¿Como te llamas y
cuántos años tienes?-
-Mi nombre es Francisco
Isidoro López y tengo catorce años-
-¿No piensas que
eres demasiado joven para morir, más aún, en una guerra absurda?-
-No es absurda-
respondió con una sonrisa y mirada llenas de emoción -Morir en nombre de Dios
es algo digno y honroso, aparte de eso, no permitiré que se corte el derecho a
creer y adorar al Dios con el que me criaron mis padres y abuelos, sólo porque
“se le da la gana” a un presidente
que aparte de ser ateo, es un cabrón y pendejo; sí he de morir, será
por lo que creo, sí sobrevivo a esto, educaré a mis hijos bajo la ley de Dios y
no de los hombres-
-¿No te preocupa
tu familia?-
-No, mis padres y
hermanos están conscientes de que sí regreso a casa es que Dios estuvo conmigo
y sí no regreso, es que estoy con Él-
Dibujé en mi
rostro una sonrisa de satisfacción, no por saber que ese jovencito iba a morir,
más bien, al darme por enterado de qué yo moriría juntó a una persona sincera y
desinteresada, de fe firme y conciencia limpia, una situación que nunca
llegaría a experimentar, pues mi naturaleza depredadora, inmortal e inmoral me
impide aceptar tales situaciones por instinto de supervivencia. Esa noche supe cuál
era el destino que estaba marcado para mí.
.·.
Fue una tarde
nublada y fría que daba a todo el paraje un aspecto oscuro, más de lo normal. Dado
a que esa zona estaba rodeada de extensos bosques, cavernas, cultivos,
pastizales y un sin número de leyendas que incluso podía rastrearse su origen a
épocas prehispánicas. Sí se prestaba atención durante las noches, se podía
escuchar un grito de lamento o el acelerado cabalgar de un jinete al cual todos
los hombres temían, incluso los más bravos, por mencionar algunas situaciones.
Nuestro refugio
como ya lo mencioné, era una antigua iglesia construida con los restos de un
antiguo Teocalli como la mayoría de iglesias antiguas, corrían una gran
cantidad de mitos, los cuales comenzaron a relatarse con nerviosismo en cuanto
comenzó el declive del sol y arreció la furia del viento, trayendo consigo un
silbido escandaloso qué erizaba la piel desde la punta de los pies hasta la
raíz del cabello.
-Ésta es la noche
de los Nahuales- dijo una mujer -Cuentan las leyendas que siempre se
manifiestan en éstas fechas y hacen su fiesta aquí, por qué antes éste era su
templo-
-Decía mi madre
que también traen malas noticias- interrumpió otra mujer un poco más avanzada en
edad -Decía ella que esos “Demonios” tienen la capacidad de ver el futuro-
Entonces entró
quien no había hecho acto de presencia en todo el día, el párroco de la iglesia
y por quien ni siquiera me había tomado la molestia de preguntar:
-Dejen de decir
tonterías- dijo el hombre con túnica ceremonial y voz autoritaria; era un
hombre bajo de estatura, sí acaso mediría un metro y sesenta centímetros, de
piel morena y marcados rasgos indígenas, con una melena alborotada de un negro
profundo al igual que sus ojos, más qué fe, reflejaban sabiduría -Señoras,
sugiero que no hablen de lo qué no conozcan y menos dentro de éste templo, será
mejor que se encomienden a Dios ésta noche, la cual espero no sea la última
para nosotros-
Con presteza me
acerqué a él, me arrodillé y besé la mano.
-Tú debes de ser
León, se me previno sobre tu llegada- me respondió con gesto severo, casi
indiferente -Conozco a tú familia desde hace algunos años y he escuchado hablar
de ti-
-Espero que sean
cosas buenas…- dijo una voz femenina a mí espalda; cuando volví la mirada para
ver quien había sido la imprudente, casi me voy de espaldas:
Marcela, la
prostituta a la que había dado muerte algunos años atrás y me torturó en pesadillas
durante muchas noches, estaba de regreso y pisando el suelo sagrado en el cual
había sido expulsada al infierno, pero en esa ocasión se veía diferente, pues
no mostraba siquiera un rastro de su muerte atroz, más bien, lucía hermosa, con
un fino y recatado vestido blanco de una pieza que resaltaba aún más su belleza
de rasgos europeos y justó cuando parpadee intentado concebir lo que estaba
mirando, otra voz dijo:
-¿Acaso pensabas que
escaparías por siempre de nosotras?- miré hacia el lugar de donde provenía
aquella voz y de entre las mesas improvisadas en el salón, vi venir hacia mí
con andar tranquilo a Guadalupe, abriéndose paso entre el grupo de las
campesinas que prestaban auxilio a los Cristeros, vistiendo una falda y
una blusa igual de blancas que la ropa de su amante; se veía tan hermosa como
la primera vez que la miré en el salón de aquel burdel -No cantes victoria,
nuestro recuerdo te perseguirá hasta que te transformes en ceniza-
Eso no debía estar
ocurriendo, un sacerdote las había hecho cruzar El Tártaro y yo estaba purgando mis culpas batallando en nombre de
Dios, fue entonces que el infierno se desató: las puertas de la iglesia cayeron
convertidas en astillas justó al momento en que un estruendo hacia vibrar los
muros de la vieja iglesia; las mujeres gritaron pidiendo auxilio y los pocos
sobrevivientes de la masacre matutina comenzaron a disparar en contra de la
gran cortina de polvo que se levantó, sin atinar una sola bala en algún cuerpo
militar enemigo. Me tiré al suelo y de reojo vi como aquel clérigo que nos
había acogido en su templo, se dirigía a otra habitación con disimulo y una amplia
sonrisa en el rostro, mientras avanzaba desgarraba su vestimenta con facilidad
y empuñaba dos revolver de grueso calibre, disparando con destreza hacia atrás,
ya fuera a los gendarmes o a los refugiados, sin distinguir bando alguno
mientras las hordas militares iniciaban de lleno el asalto con una organización
táctica que dejaba ver su efecto arrasador en los cuerpos de los insurrectos
que caían como piezas de dómino formadas una detrás de otra, pero que en lugar
de ser los colores el blanco y negro característicos, estaban teñidos de rojo
acre y dolor, sí esto pudiese existir; mientras tanto, las risas de las dos
espectros callaban cualquier explosión o grito de las víctimas, junto a los
disparos de las pistolas o fusiles, pero no los del arma del sacerdote que se
había despojado de sus vestiduras con facilidad, haciendo un coro de extraños
bajos a contratiempo con cada detonación. Todo terminó.
-¡Viva mi raza
hijos de puta!- con sorpresa, gritó el sacerdote que instantes antes se
veía limpio y bien arreglado -Éste templo no es de nadie, ni de los pendejos
cristianos ni del gobierno ¡Es de Los
Abuelos!- sopló los cañones de sus pistolas y dijo con voz elevada -¡Sí
alguien no está muerto, que levante la mano! Ustedes dos no cuentan- señaló a
las fantasmas -Ya están muertas- a lo cual respondieron con una risa.
-Yo sé quién no
está muerto- dijo el fantasma de Marcela, señalándome con una risa traviesa que
la hizo ver más deslumbrante en su mortecina belleza, mientras la nube de polvo
se disipaba y el silencio de la muerte inundaba el lugar en su totalidad -Otro
corrió hacia la sacristía envuelto en su excremento, supongo que dos batallas
en un día fueron demasiado para su esfínter anal-
-No seas tan cruel-
respondió el hombre que pensé era un sacerdote severo -Es casi un niño, déjenlo
vivir- su aspecto había cambiado en cuestión de instantes: el cabello qué antes
era negro en su totalidad, ahora era cano y seco, estaba sucio de varios días y
la barba le crecía dispareja en las mejillas desde por lo menos cinco días
atrás -En cuanto a su verdugo, ya cumplí con el trato, lo traje aquí y dejé
desarmado, de lo demás no me corresponde ocuparme-
-No puedes dejarlo
vivir, es un asesino a sangre fría- dijo Guadalupe contorsionando las facciones
de su rostro en ángulos exagerados y las vértebras del cuello en posiciones
imposibles, haciendo bruscos y agitados movimientos que no producían sonido
alguno, ni de ruptura o dislocación.
-Mi Lupe tiene
razón- agregó Marcela dando un paso silencioso al frente -Nosotras teníamos una
vida por delante que auguraba fortuna y felicidad al final de tanto esfuerzo;
gracias a éste persignado oscurantista, fementido e hipócrita, no pudimos
siquiera intentar luchar por nuestro amor- mí sorpresa fue mayor al reaccionar
en que ninguna de las dos pisaba el suelo y sus pies se mantenían separados de
éste a por lo menos una cuarta de mis manos.
-Ya no voy a matar
a nadie más- respondió el desaliñado “sacerdote” -No mancharé mis manos ni mis
armas con sangre de inocentes, no lo digo por éste hombre, lo digo por el “chamaco”
que se escondió; sí van a matarlo, háganlo de una vez, pero satisfacer su sed
de venganza no las hará trascender y en unos cuantos años, no podrán
reconocerse entre ustedes, tal vez ni siquiera verse. He cumplido mi parte del
trato que fue acorralarlo aquí, lo demás no me corresponde, el sacrificio está
hecho ¡La voluntad de Los Dioses ya se ha cumplido!-
Lupe desapareció
ante mí mirada atónita y la indiferencia total de los otros dos, para aparecer
de nuevo cargando al joven Francisco con facilidad en una mano. Lo arrojó al
piso con fuerza dejándose escuchar un golpe seco y un gemido de dolor al tiempo
que decía:
-Ya levántate
León, no engañas a nadie más que no seas tú mismo-
Haciendo acopio
del poco valor que quedaba en mí, salí de atrás de algunas bancas ya astilladas
por los disparos y contemplé con amargura los resultados funestos de la segunda
masacre del día a la cual fueron sometidos los rebeldes: mí batallón; las
puertas de la vieja iglesia ya no existían y por el piso se podían distinguir
grandes tozos de madera y acero o pequeñas astillas, algunos fragmentos de los
hermosos vitrales que representaban escenas de la mitología cristiana, que habían
sido partidos en pedazos, ya fuera por los disparos o la detonación que derribó
la puerta, cientos de orificios decoraban las paredes y las imágenes de
adoración yacían quebradas o pulverizadas en sus nichos y el empolvado suelo.
Cuarenta y ocho cadáveres
estaban repartidos en el piso, muertos por balas o desangramiento, diez y ocho
campesinos, diez mujeres y otros veinte soldados; uno de ellos, un campesino en
particular llamó mi atención, a leguas se notaba que su muerte había sido
provocada por desecación, yacía sentado al pie de una columna y entre sus manos
sostenía un rosario al cual miraba con dulzura, a la vez qué en el pálido
rostro dibujaba una sonrisa de felicidad agónica con la certeza de haber muerto
por una causa justa y noble. Sentí envidia. Sin pensarlo más, sólo estirando la
mano alcancé un fusil perdido y disparé de lleno en la cabeza de aquel cadáver
que me había hecho concebir esa desagradable sensación de abatimiento por no
haber logrado esa noche qué estaba asegurada mi muerte, todo aquello por lo que
sin pretenderlo estaba luchando, la paz interior; tal vez ni siquiera un
encuentro fugaz con ese Dios qué presumía adorar y sólo lo hacía cada domingo
en misa, más bien el encuentro con mí Dios interior, conmigo mismo.
El hombre que
minutos antes fingió ser un sacerdote, dejó su pistola sobre una banca y tomó
asiento buscándose en los bolsillos algo para momentos después, encontrar un
trapo, levantar una de sus armas y comenzar a limpiarla.
-Ve a hablar con
el chamaco- me dijo sin siquiera mirarme -No vas a morir solo, será
mejor qué lo reconfortes un poco- los espectros de las dos prostitutas me
miraban con frialdad y odio desde un rincón.
-Ni siquiera yo
tengo paz ¿Como voy a hacerlo?- respondí con el único pensamiento que me llegó
con seguridad.
-No creo que Torquemada
pensara igual- respondió mirándome con sus ojos negros y profundos -Sí es
verdad todo lo que se dice sobre los cristianos, ya te has exonerado-
No respondí.
Caminé hacia donde estaba el inconsciente Francisco, me arrodillé juntó a él y
levanté parte de su cuerpo entre mis brazos. Al sentir mí tacto abrió los ojos
aún con la mirada extraviada y me preguntó en un susurro:
-¿Qué está
pasando, de que rincón del infierno salieron estas criaturas?-
-No lo sé…-
-Si lo sabes- me
interrumpió Guadalupe saliendo de una sombra que se producía a mí costado -Dile
la verdad, que tú nos mataste por tus prejuicios y doble moral, dile qué aun
así tuviste el cinismo de robar el fusil que compré con tanto esfuerzo y vomito
tragado, dile qué la última noche que nos vimos deseabas revolcarte con mi
pareja mientras me torturabas hasta el hartazgo; dile qué no luchas en ésta
guerra absurda por tu fe, dile qué peleas por los beneficios que te traerá al
terminar todo-
No pude evitar
lanzar un suspiro y bajar la mirada, tampoco sentirme avergonzado ante el
desenmascaramiento de mis intenciones al dirigir los “ejércitos” Cristeros,
al final estaba haciendo una confesión, recibiendo los santos oleos.
-¿Es verdad eso
señor León?- alcanzó a preguntar el joven Francisco con la mirada extraviada.
-Si- respondí con
la voz quebrada y un nudo en la garganta.
Él cerró los ojos
y movió la cabeza como queriendo desviar la mirada de mí, fue entonces cuando
vi el motivo de su convalecencia: una bala de gran calibre le había pasado
rosando la cabeza “volándole” parte
de la oreja derecha, provocando un sangrado exagerado que fue mitigado por una
gruesa costra de polvo; supongo que consiguió ocultarse sólo por mero instinto
de supervivencia.
-¡Mátalos ya!-
gritó Marcela con una voz tan aguda y furiosa que casi me revienta los tímpanos,
dirigiéndose al hombre que estaba limpiando una pistola.
-Ya lo dije-
respondió él sin dejar su actividad -Hoy no derramaré más sangre, el sacrificio
está hecho y cumplí con mi parte del trato, que fue traer a éste hombre aquí
¡El jovencito no merece morir!-
-Tienes “corazón de pollo”- replicó Lupe con
sorna -Sangre es sangre, venga de un asesino o de una virgen-
-En efecto-
respondió el pistolero mientras ajustaba el mecanismo de su arma -Lo que
importa y lo en verdad valioso es el alma; éste hombre al que planean matar
está batallando por redimirse y eso le da bastante valor, sí lo consigue,
logrará trascender y salir del interminable ciclo de La Rueda-
Las dos espectros
guardaron silencio y me miraron con desdén, el hombre que estaba hablando se
puso en pie con tranquilidad, guardó la pistola y comenzó a caminar hacia la
entrada donde antes estaba la puerta.
-Con su permiso
señoras- dijo -Yo me retiro, hagan con ellos lo que les plazca, ya no es asunto
mío-
Parecía qué
Francisco sólo escuchara lo que todos decían, aunque continuaba respirando, no
había cambiado la expresión de su rostro ni un poco, tal vez con el leve
movimiento de sus ojos que parecían querer mirar con detalle a quien hablaba,
para en los momentos de incomodo silencio, enfocar otra vez su mirada casi
vacía en mí o en la nada. No pude decir ni objetar una sola palabra en defensa
de mí vida, ni de aquel joven impetuoso que en tan pocas horas se había ganado
mí afecto, sentí la boca seca y el aire comenzaba a ser denso para mis
pulmones.
No pude evitar
mirar una vez más al hombre que se alejaba, sentí impotencia al saberme
abandonado, aunque él fuera quien me tendió la trampa encerrándome en esa
ratonera, pero qué a final de la cuenta le daba a mí alma torturada por los
remordimientos, un atisbo de esperanza y valía que nunca pude darle, a
sabiendas de que cualquier buena intención siquiera pensada o bien labrada,
sería boicoteada por mí mismo. Se detuvo en el umbral buscando algo entre sus
bolsillos, sacó un cigarro y una caja con cerillos, encendió el tabaco dándole
una profunda calada:
-Recuerden
señoritas- dijo en voz alta -Que cualquier cosa que le hagan a estos dos
hombres les joderá la existencia aún más y…-
No terminó de dar
su consejo, pues todo el aire de sus pulmones escapó con un golpe que lo hizo
volar tres metros en el aire y arrojándolo seis más otra vez al salón de la
iglesia, cayendo en el pasillo a poca distancia del lugar donde yo continuaba
sosteniendo al muchacho. Un “hombre” estaba de pie en la entrada, justó donde
instantes antes estaba el pistolero encendiendo su cigarro. Con porte gallardo
y prepotente, al principio no distinguí bien sus facciones, tanto por la
iluminación tenue como por la tolvanera que levantó el vuelo del pistolero y el
impacto al caer; entonces, una voz dulce y melódica, pero no por eso menos varonil,
dijo con tono en exceso despectivo:
-¡Estúpido cambiaformas!
¿Pensaste que escaparías de mi toda la eternidad? Eso es demasiado tiempo y tú
no lo tienes ¡Yo si!-
Increíble, apenas
exhalada la última palabra, ese hombre ya se encontraba adentro del templo,
parado a un lado del pistolero caído, mirándolo con desprecio pero sin siquiera
agachar un poco el rostro y poniéndole la bota en el pecho, apoyando todo el
peso de su cuerpo. La luz de un cirio lo iluminó, dejándome distinguir sus
facciones tan finas como los detallados trazos de Da Vinci en el cuadro
de Juan El Bautista, pude jurar que frente a mí estaba dicho cuadro
manifestado, con la castaña melena alborotada y el rostro aunque cincelado,
serió e inexpresivo. Vestía ropa de jinete o más bien de cazador, todo de
absoluto negro, sólo con algunos detalles en plata pulida, como las
mancuernillas y una gruesa cadena en el cuello, rematada con lo que parecía ser
un relicario; las botas eran demasiado extrañas, pues a pesar de tener la forma
exacta de un calzado hecho para montar, estaban fabricadas con charol también
negro que aún entre el polvo, brillaban con intensidad a pesar de la tenue luz.
Miró a los espectros sonriente, casi complacido, con lentitud y detalle revisó
la estancia y cuando me vio en el suelo sosteniendo a Francisco, dibujó una
sonrisa burlona, sarcástica y cruel en el rostro, en ese momento sus ojos despidieron
una extraña luz que los hizo cambiar de color, pasando del verde que había
apenas imaginado instantes antes, a un amarillo seco y podrido, como sí de
pústulas infectadas tiempo atrás se tratara, lubricadas por un poco de pus sin
madurar en podredumbre completa. Las fantasmas me miraron otra vez, pero ésta
ocasión, la expresión de sus rostros muertos no era de odio o rencor, eran de
temor y a la vez respeto, con obviedad de que no hacia mí; volvieron la mirada
al visitante y sin decir nada, se desvanecieron entre las sombras. Mientras
tanto, coloqué la cabeza de Francisco en el piso con el mayor cuidado posible,
me incorporé resignado al final trágico y corrí al lugar donde recordaba había
caído la Winchester.
-Soy eterno, estoy
muerto. Tú eres una vulgar bestia condenada a los gusanos- el hombre vestido de
negro y voz cadenciosa volvió a dirigirse al pistolero -Tengo la eternidad
frente a mí, pero sí de algo no tengo tiempo, es de olvidar y perdonar-
Recobrando el
aliento, el caído respondió:
-No es algo de lo
que debas enorgullecerte- tosió sin enderezar el cuerpo y unos hilillos de
saliva sanguinolenta escurrieron por la boca del magullado pistolero -¿Sigues
enojado por lo que ocurrió en Tepoztlan? ¡Hace veinte años de eso!
Deberías aprender, sí no a olvidar, si a perdonar- ante mis atónitos ojos, el
pistolero sonrió con socarronería, aunque la cantidad de sangre que comenzaba a
salir de su boca era alarmante -Aprendiste nuevos trucos, me halaga que lo
hicieras para mí, pero por lo menos ésta noche no te daré ese gusto-
-He aprendido
sobre los tuyos y conozco tu secreto “coyote”- respondió el de negro aún
sonriente, le quitó el pie del pecho y sacó un pesado revolver de su chaqueta
para acto seguido, descargar cinco balas sobre el pecho del caído sin ninguna
compasión y rompiendo la pétrea expresión, una sutil sonrisa de satisfacción
que de súbito se transformó en una mueca de incredulidad y sorpresa para dar
dos pasos titubeantes hacia atrás.
-¿Plata?- preguntó
el pistolero caído con la misma expresión y tono de voz que había estado
utilizando -Te dieron gato por liebre o ¿Coyote por lobo?- se incorporó con
trabajo fingido y desenmascarado por su risa que parecía estar a punto de
estallar en una carcajada -Rompiste
mi camisa nueva, el cuerpo se regenera, la ropa no y costó cara en la ciudad,
espero que traigas dinero para pagármela- se dio tiempo para sacar la pistola
de la sobaquera en donde la había guardado y continuó -¿Sabes que me caes bien? Estos últimos años te has
esmerado en terminar con mi vida… sin buenos resultados, también cazas a mis
amigos humanos y eso me ha provocado un gran daño emocional, pero no soy
rencoroso- cual truco de magia, sacó un cigarro encendido de entre su ropa y se
lo llevó a los labios -Ésta noche
saldré por esa puerta y dejaré qué te pudras en tu odio una noche más, sí estas
obstinado en matarme, sigue buscando la manera, pero nunca olvides qué “cuando tú vas, yo ya di dos vueltas y vengo
de regreso”- de ésta manera salió de la iglesia con paso relajado y
cantando el alegre corrido de Juan Charrasqueado:
Voy a cantarles
un corrido muy mentado,
lo que ha
pasado allí en la Hacienda de la Flor,
la triste
historia de un ranchero enamorado,
que fue
borracho, parrandero y jugador.
Juan se llamaba
y lo apodaban Charrasqueado,
era valiente y
arriesgado en el amor.
A las mujeres
más bonitas se llevaba,
en esos campos
no quedaba ni una flor.
El hombre de negro
se llevó la mano derecha a la cabeza con expresión de molesta angustia, después
comprendí que fue de impotencia, por un instante pensé que se había olvidado de
mí y respiré aliviado pero en ese breve instante de relajación, las dos
fantasmas aparecieron junto a mí arrancándome un sonido estruendoso del estómago,
ante lo cual no dudaron en soltar una escandalosa carcajada que hizo reparar en
mi presencia al hombre con las botas de charol, quien me miró con esos
horribles ojos de amarillo putrefacto. Al percatarse también de eso, las dos
fantasmas desaparecieron otra vez cobijadas por las sombras.
-Después de todo-
dijo él -Algo para desquitar ésta burla-
No lo dudé, levanté
el arma dispuesto a disparar pero ni la más audaz de mis reacciones hubiera
logrado anticiparse a ese extraño ser al que por error llamé hombre, pues un
hombre jamás hubiera logrado moverse a esa velocidad y arrancarme la carabina
de las manos, en un movimiento tan imperceptible y preciso como el de un
céfiro, de igual manera, un hombre tampoco me hubiese podido levantar con tal
facilidad en una sola mano, sujetándome por el cuello a más de medio metro del
suelo.
-Tú debes de ser
el llamado León Montero- dijo con voz burlona, casi sarcástica -Mis súbditos en
la iglesia me han hablado de ti, tienes fama de ser un hombre aguerrido y con
carácter difícil-
Tal vez sí hubiera
podido hablar, hubiese respondido con cortesía y humildad falsa ante el sutil
elogio, la criatura sonrió presumiendo la blanca dentadura, limpia, aunque de
encías en exceso rojizas.
-Necesito
compañía… alguien a quien enseñarle todo lo que sé sobre la muerte en vida-
continuó con un tono de ironía disimulada, casi el de una broma de mal gusto y
con notoriedad se complacía en ello -¿Sabes? Esa idea absurda sobre la
eternidad y la soledad, en algunos años se volverá popular… espero No-Vivir lo
suficiente para verlo y reír hasta el hartazgo; como te lo dije, se corren
muchas leyendas sobre de ti y tus “peculiares” aficiones infantiles-
Intenté responder
pero esa criatura no me lo permitía y tampoco tenía esa intención, comencé a
sentirme asfixiado, con la boca seca y mi lengua comenzó a hincharse haciéndome
sentir todavía más la falta de aire hasta ver borroso. Mi fuerza estaba por
agotarse y me di por muerto. Cuando dejé de prestar resistencia pataleando o
manoteando en inútiles intentos por defenderme, con sorpresa sentí un golpe de
aire en los pulmones, caí al suelo y comencé a respirar una vez más… por
primera vez con sinceridad di gracias a Dios.
-Puedo decir que
te comprendo- continuó diciendo aquella criatura infernal -Cuando llegué a
escuchar los rumores que hablaban de ti y lo que hacías con los niños cuando
tenías un mal día, me sentí identificado- lastimero, me arrastré por el suelo
intentando alejarme, mientras él caminaba despacio, paso a paso siguiendo mi
vano intento de huida mientras continuaba con su monologo -De alguna terrible
manera, también disfruto al ver como las presas intentan escapar de mis garras
aunque apenas puedan respirar o moverse- tomó asiento en una de las bancas que
aún quedaban utilizables, como sí todo fuera una mala broma, dicha banca se
encontraba justó frente a mí, se acomodó con las piernas abiertas y continuó
con mueca distraída -¿Sabes que sólo quienes estamos muertos nos regocijamos en
el dolor ajeno?- no respondí -¿Recuerdas en que momento moriste, que día fue en
cual decidiste mitigar tú dolor disfrutando el de otras personas?- intenté
responder algo, pero mí garganta continuaba cerrada y él levantó aquella mirada
fría de ojos amarillos posándose en mí -No te esfuerces, te lastimaras más; sé
lo qué quieres decir y también la manera en la cual te justificaras y sólo
puedo decir que ya no eras un niño, dejaste de serlo un año antes, te lo dijo
tu papá ¿No es así?-
Estaba seguro de
ya poder hablar pero no lo hice, aquella criatura infernal tenía razón y ningún
argumento me exoneraría de eso, por elocuente o bien fundamentado que
estuviera, con simplicidad, no había sido capaz de seguir los consejos de mi
padre.
-¿Qué me dices de
las dos putas que te siguen ahora a pesar de ya haber muerto?- me
preguntó perdiendo la mirada en un vitral qué había sobrevivido al ataque
-Guadalupe y Marcela… me parece que así es como las llamaban ¿No comprendo por
qué las mataste? ¿Por ser mujeres, ambiciosas, letradas, putas y
lesbianas?... tal vez un poco de todo ¿No es así?-
-Blasfemas-
susurré en un gutural y trabajoso hilo de voz mientras me incorporaba un poco
para masajear mí garganta. Él se levantó y con mueca de fastidio miró al cielo.
-¡No puedo
creerlo!- me observó casi con ternura -En verdad, no puedo aceptar que exista
alguien tan hipócrita y que a pesar de estar consciente de eso, continúe
sosteniéndolo- levantó el pie y recorrió mi rostro con la punta de sus botas,
voltee la cara en un movimiento brusco, a lo cual respondió con una carcajada
burlona -¿Como puedes ser capaz de darte “golpes
en el pecho” alegando devoción cuando viviste tanto tiempo en un burdel,
embriagándote y planeando tus futuros peculados?-
No respondí, pero
si logré sacar algo de valor cuando miré de reojo al inconsciente Francisco,
grave error, pues con falsa sorpresa que no se recató en disimular, también
dirigió la mirada al caído.
-¡Oh! Lo había olvidado. Tu joven caudillo
debe estar sufriendo bastante- con una sonrisa plasmada en el pálido e inexpresivo
rostro, hurgó entre la parte trasera de su cinturón y extrajo una afilada
navaja, más bien, una daga, ante lo cual sólo logré que los ojos se me
empañaran y como sí escuchara la segregación de mis lagrimales, dijo sin
dirigirme la mirada -No te preocupes, no voy a matarlo, de eso te encargaras tú
en un rato, yo sólo menguaré su dolor y le devolveré la conciencia para que
muera desengañado-
-¿A qué te
refieres?- pregunté con recelo pero dispuesto a poner a prueba mi garganta
magullada; él caminó hacia Francisco jugando con la daga entre los dedos con
una destreza sorprendente hasta llegar al cuerpo de mi compañero caído. Con
paso relajado, se dignó a responder al tiempo que sus ojos cambiaban de ese
amarillo repulsivo a un rojo profundo:
-Lo que quiero
decir, es qué mí sangre es para ustedes “La Panacea”- tomó la daga con
la mano izquierda y la levantó, dio un beso a la hoja como sí fuera una amante
enamorada y dio un tajo profundo en la muñeca de su otra mano; puedo jurar que
le dolió bastante pues en su rostro, se manifestó aquella breve expresión de
angustia que se siente cuando se está sobre aviso y cerca de experimentar un inevitable
gran dolor. Dejó caer sobre la boca del jovencito un pequeño chorro de sangre
casi negra y mientras continuaba vaciando su vena continuó -Tiene varios
órganos internos destrozados, puede que muera de una manera dolorosa sí no lo
mantengo alimentándose con mí sangre, aparte de eso ¿De qué te alimentarias
después?-
-¿Qué quieres
decir?- intenté levantarme, pero mis piernas no respondieron.
-Me refiero a qué
te alimentaras de él ¿Es tan difícil de entender?-
-No entiendo a qué
te refieres ¡Déjalo tranquilo! Ya han muerto demasiados-
-Ese no es mi
problema- su mueca se torció en una sonrisa -Más muertos ha dejado tu iglesia y
nunca nadie ha hecho algo por eso… para quienes lo hacen, encendían hogueras o
elaboran una red gigante de difamaciones y mentiras… ésta no es la primera
guerra absurda que me ha tocado presenciar en nombre de un dios falso-
-¡Cerdo blasfemo!-
grité el insulto lo más fuerte que pude. Fue entonces cuando las espectros
aparecieron otra vez, ésta ocasión a mí lado, levantándome con su tacto glaciar
y dejando rígido cada musculo de mí cuerpo.
Sorprendida,
aquella criatura se limitó a observar nuestro avance sin quitar de su rostro la
sonrisa malévola:
-¿Vienes con
compañía?- me dijo.
-Para nada-
respondió el espectro de Lupe -Nosotras estamos aquí para torturar su espíritu,
no trascenderemos mientras continúe con vida; él cometió uno de los pecados y
faltas más graves contra la vida inteligente, qué es matar al amor por envidia
y prejuicios-
-Siendo así, no lo
haremos esperar por su condena- sin mayor aviso, quitó la mano de donde
chorreaba su sangre sobre la boca del joven Francisco para llegar en menos de
un pestañeo juntó a mí -¿Qué es peor, morir de una forma trágica, dolorosa y
lenta o pasar una eternidad torturado por un pasado corto e igual de nefasto?-
Se acercó a mí
rostro con una expresión que puedo jurar era de lascivia, intentando besarme en
los labios sin atreverse a concluir tan despreciable acto, en aquellas épocas
solapado por la clandestinidad y el miedo, a la vez tan conocido por el
silencio y la represión. Levantó su mano dejando frente a mis ojos la
profundidad del corte en su muñeca, manando el hilo de sangre que se regaba en
el piso, ante lo cual dio una lamida y su piel se cerró como sí nunca hubiera
sido escindida, dándole el aspecto pétreo que distinguí en su rostro la primera
vez que lo tuve de frente y de lo cual sólo habían pasado unos cuantos minutos.
-Ahora entiendo-
dijo -De éste hombre depende qué ustedes no se pierdan en el olvido, pues
supongo que sus familias las desconocieron y no se les dio la oportunidad de
dejar otra cosa construida para no perderse-
-¡Venganza!- dijo
Lupe-
-¡Venganza!-
repitió Marcela mientras las extremidades de ambas se contorsionaban en ángulos
y velocidades imposibles.
Aquel “hombre” me
levantó con facilidad, mostrándome su blanca dentadura cubierta por encías casi
rojas o más bien sangrantes, al tiempo que sobre sus colmillos crecían otros,
éstos tan largos y afilados cual agujas, en esa ocasión recordé a una serpiente
que vi cuando era pequeño en una feria itinerante. Abrió la boca y me arañó el
cuello con los agudos colmillos diciéndome:
-¿Te parece
desagradable y obsceno lo que hago contigo, acercándome a ti de manera
sugestiva?- alejó su rostro un poco -¿Te parece reprobable mi actitud?-
No respondí, mí
expresión manifestaba más repulsión por aquello que el hecho de saberme
sometido a su voluntad.
-Te veré en cien
años o más viviendo en soledad y matando a tus semejantes a cada noche- lanzó
un suspiro -Seguro que sí logras sobrevivir, pues hasta la eternidad “tiene
sus mañas”-
Fue entonces
cuando clavó sus agudos dientes en la piel de mí cuello haciéndome sentir el
placer más sublime que nunca podría volver a experimentar, a cada succión en el
cuello, mi cuerpo se retorcía en convulsiones orgásmicas haciéndome olvidar la
situación a la que estaba siendo orillado a pesar de mis tabúes y prejuicios,
tan inamovibles como una fortaleza. Lo abracé y pegué a mi cuello, como sí de
una amante se tratara, la más fogosa y sensual que jamás hubiera tenido. Se
separó de mí y vi una luz, me sentí desfallecer frente a ella y juré que mis
días habían terminado, hasta que escuché la voz de las espectros llamándome:
-¡León, no te
vayas!- dijeron al unísono -Tenemos muchas sorpresas para ti-
Fue entonces
cuando corrió sobre mi garganta el vino más dulce y añejo que jamás pude haber
degustado, lo más detestable es qué no era proveniente de las uvas, sí no de la
muñeca abierta de ese “hombre” que segundos antes había cerrado con el sólo
pasar de su lengua. Continué bebiendo hasta que él me retiró de un fuerte
empellón con la otra mano.
-Te gusta la sangre…
eso es bueno- dijo con tono sarcástico a la vez que todo a mi alrededor daba
vueltas -Entonces ve y bebe toda la que puedas, supongo que la del último
caudillo sobreviviente no te sentara mal-
No respondí pues
para ese momento, mis entrañas se vaciaban de cualquier fluido en dolorosos
retortijones y arcadas, tan vívidas como una puñalada en ellas.
-A partir de hoy,
podrás hacer lo que quieras en nombre de quien desees- continuó -Sólo cuida no ser visto por los
mortales y de no vaciar tus “bocadillos”
por completo. Nunca te nutras de tus iguales o te volverán esclavo, no mates a
ninguno de Los Malditos pues ¡Te asesinaran! Ahora se libre, ve y aprende-
No falta describir
lo que hice con Francisco el resto de la noche hasta que la vida se apagó en él,
aun sosteniendo sus ideales en un fallido intento de grito ahogado diciendo
algo así como: ¡Viva Cristo Rey!
Tampoco lo que han sido más de setenta años soportando a éstas putas.
Espero, más adelante poder escribir un poco sobre mis aventuras entre los
No-Vivos o No-Muertos.